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Seguro que hay alguien a quien usted no puede ver. No me refiero a un vecino o un familiar, que eso forma parte de la intimidad, sino a un personaje público, un político, o a personas que trabajan en servicios esenciales cuya calidad ha salido perjudicada por la pandemia.

Algunos de ellos es muy posible que no merezcan ser el objetivo de su mal de ojo, porque no son los responsables de las situaciones que nos provocan enojo.

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La sanidad es el mejor ejemplo. Hemos pasado de salir al balcón para aplaudir a los sanitarios, durante el confinamiento, a criticarles por las colas a la intemperie para un test de antígenos, por las demoras excesivas en una consulta de especialista, porque nos han retrasado una operación que para uno es urgente, porque tenemos que enseñar por teléfono a nuestro médico de família el lugar exacto donde nos duele, y porque a veces, agotados por el estrés, pueden contestar mal a un sufrido ciudadano contribuyente que tiene toda la razón del mundo para quejarse. Además les hacemos pagar el pato a los que dan la cara, a los que atienden a los pacientes y que, por norma general, intentan hacer su trabajo lo mejor que pueden.

Uno de los aplausos más prolongados de la gala del diario «Menorca» del sábado 15 fue para los cuatro responsables de las UVAC de la Isla y la directora de enfermería del Hospital. Allí se recuperó el espíritu del confinamiento. Que los sanitarios mantengan su compromiso en la lucha contra la pandemia merece el apoyo de todos, mientras todos exigimos a los responsables políticos que pongan medios para paliar las deficiencias que nos perjudican.

Siempre hemos presumido de que tenemos uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo, una pieza esencial para la calidad de vida de las personas. Mientras la covid se va equiparando a la gripe convendrá sanar las heridas del sistema para recuperar lo que se ha perdido desde marzo de 2020.