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Boris Johnson está llevando su forma de entender la política como su pelo después de una mala noche.    Por si fuera poco, más le vale, que recuerde que Isabel II está a punto de cumplir 70 años de reinado, desde aquel lejano día en Kenia que se subió a una acacia siendo princesa y bajó como reina.

Dicen que a veces la vaca da leche hasta por los cuernos, pues eso debe de ser, si no tenía su serenísima majestad bastante con los trajines que da ser reina del Reino Unido, ahora se le ha juntado lo del príncipe Andrés, acusado de abusos sexuales a una menor, o sea, que anda el hombre enfangado hasta las charreteras de su casaca, aunque la reina ha dejado muy claro que lo primero es la Casa de Windsor, su escalafón de prioridades no admite el beneficio de la duda.    Por otro lado, el Primer Ministro Boris Johnson, ha logrado tener tensionado los intereses del Reino Unido fuera y dentro de su país, todo tan alborotado como su propia pelambrera, que lleva como Dios le da a entender, como si por los pagos que frecuenta no vendieran peines, es como si acabara de levantarse después de una noche revoltosa donde no ha conseguido pegar ojo. Sus personales disquisiciones sobre el brexit que le dejó sobre la mesa David Cameron o cuando tuvo sus horas bajas pretendiendo cambiar la ley para sacar los pies del charco donde chapoteaba Owen Peterson, un diputado, dicen quiénes lo saben, que corrupto. Quizá en el fondo lo que buscaba el ministro peor peinado de la historia británica, era crear un agarradero del que echar mano si la cosa se pone aún más fea de la que ya la tiene, cosa que no me extrañaría cual se ha puesto la Cámara de los Comunes.

El escándalo de las fiestas en Downing Street mientras el pueblo estaba confinado, es motivo más que suficiente para que los ingleses empiecen a preguntarse si de verdad ese es el político que necesitan.

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La longeva majestad Isabel II, al borde de sus 70 años de reinado, no se había encontrado nunca seguramente, con un Primer Ministro tan mal peinado y tan capaz para meterse en el primer charco que se le ponga por delante. «Dios tampoco tiene a todas las monarquías contentas», cuando no es por una princesa que ejerce de ocupa es por un heredero que se casa a pesar de todo. Príncipes y princesas que buscan la felicidad lejos de la presión de una institución decimonónica. Y ahora por si todo fuera poco, al príncipe Andrés le ha destituido de honores y consideraciones dinásticas al estar sumido en un feo asunto sexual, con una menor dicen ¿Cómo puede terminar semejante desatino principesco? En mi opinión, o muy caro o muy mal.

Mal pinta la sucesión de la Casa de Windsor, donde cualquier cosa puede pasar por una causa o por otra. Algunos súbditos cruzan los dedos como implorando que ya no pasen más cosas, porque además, su reina no está ya para repetir heroicidades como cuando andaba por Kenia subiendo y bajando por las acacias espinosas.

Dios lo quiera que a Boris Johnson le asista, aunque solo sea un poquito, la flema inglesa, y que no acabe por organizar un brexit a imagen y semejanza, porque a nada que no ande fino con este asunto, puede organizar la de Dios es Cristo, que capacidad para liarla parda ya ha demostrado que no le falta.