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Rapidito y sin rodeos, dos cositas: la primera, desearles, queridos lectores, que sigan navegando por la vida lo mejor posible, este deseo que no falte nunca. La segunda, la próxima vez que alguien les diga que París es la ciudad del amor le pueden mandar a la «merde» con total tranquilidad. Supongo que ya sabrán que el fotógrafo francés René Robert salió a dar un paseo por uno de los barrios más concurridos de París, el buen hombre sufrió una caída y se quedó tirado en la acera más de nueve horas, toda la noche, sin que nadie lo socorriera, hasta que por la mañana un vagabundo llamó a los servicios de emergencia, demasiado tarde, René Robert había muerto de frío.

Esa es la realidad de París y no la que nos muestra la empalagosa serie de «Emily en Paris». Sí, ya lo sé, este triste suceso se repite a diario en Madrid, Barcelona, Nueva York, Moscú o casi toda gran ciudad del mundo. Cuando los seres humanos nos juntamos en cantidades enormes para vivir, consumir y producir como hormiguitas nos volvemos más desconfiados que un eurofan con el jurado del Benidorm Fest que ha elegido la canción que representará a España en Eurovisión. Con rumores de tongo han elegido una canción boba de letrita patriarcal y no las canciones de Rigoberta Bandini, o las Tanxungueiras que además de ser las canciones favoritas del público contenían un mensaje más acorde con los tiempos que deberíamos estar viviendo. Dicho eso, Eurovisión es un truño gigantesco, molaría ver tanta indignación por otros temas quizás menos superficiales, pero ojo, que igual el superficial yo soy por decir esto, a saber.

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A lo nuestro, sé que en los pueblos la vida no es idílica, por más que los urbanitas domingueros se piensen que los pueblerinos estamos todo el día al lado del fuego asando castañas y contando cuentos tradicionales después de una dura jornada ordeñando vacas, o pescando en una barquita a remos, y sé también que no hay que remontarse a Puerto Urraco para constatar que los vecinos de un pueblo se pueden hacer mucha pupa entre ellos, lo sabemos. Pero que en los sitios pequeños la persona es algo más persona, es algo menos número, sí que me parece un hecho demostrado. Así que en ese sentido somos afortunados por vivir en una isla pequeña, y aunque también tenemos nuestras mierdas -y decir esto es reconocer una realidad que no menoscaba el amor por Menorca, se debe querer conociendo las aristas de lo amado, lo otro es romanticismo ñoño fruto de una especie de un ego mediático que quiere casito a golpe de hipérbole- no creo que nadie se quede tirado en una calle de nuestros pueblos sin recibir socorro por la primera persona que se lo encuentre… bueno ,vale, somos unas cien mil almas pululando desde Punta Nati a Punta Prima, igual hay algún capullo que pasa de todo y se la suda, pero digamos que máximo a la segunda persona ya se llama al 112 sin mayor dilación.

¿Podríamos concluir diciendo que los menorquines somos mejores que los parisinos?, para nada, somos menos y ya. Pero sí podemos concluir que vivir en Menorca es muchísimo mejor que vivir en París, y con esta afirmación me tiro piedras contra mi tejado, porque si los galos ya estaban reconquistando mi pueblo a golpe de talonario, de vuelos directos con la torre Eiffel y con la compra del enésimo hotel con encanto, ahora pensarán que les estoy invitando a venir en masa, y eso que no recibo ni un euro de la Conselleria de Turismo… joder, ya me lié de nuevo, soy un bocazas, pues nada «bon jeudi» feliz jueves.

conderechoareplicamenorca@gmail.com