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En realidad, no sé si son tres, dos o cinco. Lo que sí que me queda claro es que este país sigue coleccionando momentos surrealistas y titulares de pandereta que nos colocan, a ratos, como carne de meme. El último ejemplo, la votación de la derogación de la reforma laboral que no es derogación, porque no se puede, pero si derogacioncilla para que en la Unión Europea no se enfade nadie. ¿El prota? Un diputado del Partido Popular cuyo voto chocó contra lo que había votado la mayoría de su partido. «Un error informático», se defiende, en un asunto que huele regulinchi.

Sea su voto díscolo a propósito o no, la situación no puede evadirse de la mofa. Si hace 7 días me burlaba de la versión de Pedro Sánchez sobre Gila resolviendo el conflicto ruso, el no voto popular también tiene guasa, por mucho que ahora se quiera levantar una cortina de humo sobre si la presidenta del Congreso actuó bien o mal.

En casi cualquier entrevista de trabajo de hoy en día, te piden un montón de cosas para poder optar al puesto, además de muchos títulos universitarios y másteres del universo. Para político, la verdad, no se pide mucho salvo un poco de sentido común, honradez (¡Ja!) y la predisposición de intentar hacer el mundo, o como mínimo los temas que atañen, un poquito mejor o por lo menos que no lo estropeen más. No hace falta tener un master en ciencia cuántica, ni saber conducir una nave especial, ni por lo visto saber votar «A favor» o «En contra» ante una pantallita.

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Yo puedo entender que, a ti, a mí, al político despistado o a cualquiera nos entre el tembleque en un ascensor con 10 botones, o que nos despistemos en uno con apenas 5 plantas. Pero ante una opción en la que solamente te dan dos respuestas, «Sí» o «No», si te equivocas puede pasar que se burle de ti hasta el último de la fila. Del país que está más lejos.

Y que nadie piense que pongo en tela de juicio su capacidad intelectual o sus habilidades tecnológicas, me desconcierta el cómo se puede haber equivocado. Está claro que de entre todas las opciones que se pueden barajar está la de que un súper hacker ruso se haya metido en su ordenador –el diputado votó telemáticamente- y haya intercambiado los botones maléficamente. O que tuviese un principio de jamacuco que le nublase la vista y los sentidos. O que hubiese demasiado pacharán en el almuerzo previo. O que, sencillamente, metiese la pata.   

Es una burla a conciencia porque la situación así lo merece, a la espera de ver si prosperan las teorías conspiranoicas o la mala praxis que denuncian desde los Populares. Insisto, no sé si eran uno, dos o tres botones, pero la interpretación que queda –a la espera de comprobar si hubo mangoneo- es lamentable.