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Imaginemos un organismo pluricelular parasitado. Imaginemos que las células que componen dicho organismo son convocadas por los elementos patógenos a unas elecciones. Se tratará de elegir de entre los pretendientes (mosquitos, garrapatas, sanguijuelas, pulgones, chinches etc...) a aquellos afortunados que chuparán con fruición sus nutrientes durante cuatro años amparados en la legitimidad que otorgan las urnas.

Parecería que la opción «librarse de los chupópteros» no existe. Parecería que no hay nada que hacer al respecto.

Las células tienen, no obstante, a su disposición una nutrida hemeroteca que demuestra que los contrincantes (en esta ocasión la voz emparenta con «trincantes») mienten más que hablan, incumplen lo prometido con verdadera tenacidad y dilapidan la pasta comunal como si cayera del cielo.

Me pregunto si los castellano leoneses, que a la hora en que escribo estas líneas tienen aún la oportunidad de hacer un corte de mangas a los trileros dejando las urnas vacías, la aprovecharán o en cambio apoyarán por enésima vez la práctica parasitaria.

Vamos a ver, por si no habéis caído: a ninguno de los aspirantes a extraer el dinero de nuestros bolsillos para gastarlo a su conveniencia se le ha ocurrido ni por asomo la posibilidad de recortar los gastos por la zona de su nicho ecológico, vía reducción de volumen del obeso (mórbido) estamento político (por no llamarlo casta); más bien cada nuevo que llega al pesebre se precipita a estrenar ministerios o chiringuitos de diverso calado para dar cobijo a compromisos adquiridos por mor de pactos o a amigos de pupitre.

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No siempre el expolio y la tomadura de pelo han sido así de descarados. Hubo en algunos momentos de nuestra historia (no muchos) líderes políticos con dignidad, con respeto a la palabra dada, con memoria, con coherencia; líderes que no es que tirasen piedras contra sus propios intereses pero sentían respeto por su responsabilidad en la marcha del país para el que trabajaban. La cagasen o no, lo intentaron. Los actuales, ni siquiera tienen la solvencia intelectual necesaria para eludir el ridículo o solvencia moral para cumplir con su deber. A lo más hay algún listillo que consigue navegar la ola aunque sea a costa de sembrar la ruina a su alrededor.

Tampoco ha de ser así necesariamente en todas las democracias. Haberlas haylas que pueden defenestrar a sus amados líderes cuando éstos incumplen sus promesas, mienten, hurtan o se comportan de manera indigna. En Suiza sin ir más lejos, si se consigue acumular un número (no recuerdo la cifra, pero creo que no excesivamente grande) de firmas se puede dar una patada en el culo (tras referéndum) al más pintado, aunque esté apoyado por la cúpula de su partido o por su influyente cuñado si fuera el caso.

En el punto al que hemos llegado tengo la convicción de que si no damos un puñetazo en la mesa (dejando las urnas vacías, los medios y redes sociales llenos de reproche argumentado y las calles animadas con manifestantes exigiendo que dejen de torearnos) se nos subirán aún más a la chepa en vista de que su comportamiento irresponsable, innoble, incoherente, sus tropelías y mentiras quedan impunes una y otra vez. No dudemos de que seguirán extrayéndonos más recursos para ampliar sus chiringuitos, limitarán nuestra libertad y seguirán incrementando la nómina de apuntados al carro de la parasitación.

Conste que me había propuesto dejar de piar en vano pero al verlos en campaña me rebrota el sarpullido. Una sanguijuela ignora el mal que hace, y dejar de chupar sangre sería su suicidio, pero éstos homo sapiens conocen el daño que producen y (queriendo) dispondrían de otros medios para prosperar (el trabajo quizás) o incluso podrían seguir con su profesión pero de manera honesta y digna.

Porque seguramente no ignoran que la política podría ser una actividad noble y valiosa y tampoco ignoran que su manera rastrera de ejercerla les coloca en el lado fétido de la historia.