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¿Te acuerdas de esas peleas en el patio del colegio? Intercambio de insultos, tirones y algún golpe que aterrizaba más o menos en su objetivo. ¿Las recuerdas? Se montaba un corrillo donde parte del público jadeaba a uno o al otro, satisfechos principalmente porque no eran ellos los que estaban en el fregado, aunque la pelea se originara por una injusticia fruto del enésimo episodio de acoso. ¿Ya caes? ¿Sí? Pues ahora fíjate en los que estaban alrededor, en los que ponían cara de pena y de afligidos, pero no hacían nada ni para detener los golpes, ni para disuadir al público, ni mucho menos para arreglar la situación. Callaban, observaban y daban gracias por no ser ellos las víctimas del abusón sociópata de turno.

¿Te suena? Ahora mismo nosotros somos esos chicos que preferían mirar hacia otro lado como si ignorando la injusticia que presenciaban, esta era menos injusta o, directamente, no sucedía. Ojos que no ven… ¿Cobardes? No, no creo, simplemente precavidos pensando que la rifa de bofetadas que se sorteaba habitualmente en el colegio le otorgaba menos números si pasaban desapercibidos o directamente no molestaban.

Pero las bofetadas estaban ahí siempre, merodeando un recreo en el que el más duro hacía imperar su ley a sabiendas de algunos profesores que en esa época preferían mirar hacia el otro lado porque ya les iba bien y no se hablaba tanto de valores, comprensión, empatía y otras ‘murgas’. Las bofetadas, los puñetazos, las patadas o, «simples» insultos, estaban en el menú del día del recreo como el bocadillo de paté o la bolsa de chucherías.

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No ha cambiado mucho el escenario. La sirena que suena no es la del recreo, es la que te avisa de un ataque aéreo y de que corras por tu vida. Las bofetadas, que dolían un rato según la fuerza del bruto que te las propinaba, son ahora balas que sesgan vidas. Los insultos, siguen siendo insultos, pero mientras antes eran «cosas de niños» ahora son «cosas de adultos». La sensación de impotencia que te deja presenciar una injusticia sigue siendo la misma porque, no sé a ti, pero a mí me sigue haciendo sentir como una mierda.

Y, como te decía, nosotros somos ahora esos niños que no decían nada. Están machacando Ucrania y no hay nadie que tenga el valor de pararlo. Somos el impasible público de la enésima guarrada social y nos conformamos pensando que el que recibe no somos nosotros, sin saber que esas balas nos pasan más cerca de lo que nos creemos.

No faltarán los mensajes de ánimo, de apoyo, las caritas tristes y las reflexiones de postín, como esta, mientras la libertad se va al carajo. Y nos equivocamos si pensamos que esos puñetazos no nos golpean. Y que esa sangre que brota no es la nuestra.

dgelabertpetrus@gmail.com