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La formación a la izquierda más radical continúa instalada en la percepción romántica de los años 60 cuando el movimiento hippie promocionaba el no a la guerra, peace and love, como sistema de vida en sus célebres comunas. Aquel carácter contracultural y juvenil, surgido en los Estados Unidos en esa década, se caracterizaba por su pacifismo y una actitud inconformista hacia las estructuras sociales de entonces.   

Decía el portavoz de Unidas podemos en el Congreso, Pablo Echenique, quizás heredero de aquel movimiento, que el suyo es un partido de paz, o sea que no quiere la guerra, como si el resto de formaciones en el arco parlamentario español fueran manifiestamente belicistas y se distinguieran a diario por su querencia a las armas.

Por eso el partido morado que cogobierna con los socialistas ha abierto la enésima brecha en el Ejecutivo al mostrarse contrario al aumento del presupuesto para los gastos de Defensa de cara al próximo año. Así lo ha anunciado Pedro Sánchez, atendiendo la demanda de los norteamericanos y de la OTAN para elevarlo hasta el 2 por ciento del PIB de forma progresiva.

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El alcance de la cruenta guerra que protagonizan los rusos frente a Ucrania en las mismas fronteras del territorio de la Unión Europea es un ejemplo diáfano de que la tranquilidad, por increíble que parezca, no existe tampoco en el viejo continente después de los dos desastres mundiales del siglo pasado.

Dijo el presidente español, y no le falta razón, que esta guerra nos ha despertado de una suerte de espejismo en el que creíamos vivir porque estamos sujetos a las veleidades de los sátrapas que andan sueltos o pueden aparecer en un momento dado.   

Reforzar la política exterior y la seguridad común ha de ser una obligación, sin que un mayor dispendio militar suponga recortes en gasto social. Peace and love, claro que sí, pero con plenas garantías.