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Al verlas, Mandela te susurra su viejo aserto:«La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo.»Pero ellos no anhelan cambiarlo, sino perpetuarlo…«La educación es la llave que abre todas las puertas»–continúa tu admirado activista sudafricano-. Pero ellos las quieren en casa, metida a cárcel.    Einstein se incorpora al grupo para señalar: «La lógica te llevará de la A a la Z. La imaginación a todas partes.» Su misión, la de esas niñas, será múltiple: esposas prematuras, servidoras dóciles en la cama, madres… Y sumisas. Ellos lo hacen en nombre de Alá. ¡Cuántas barbaridades se han cometido en nombre de Dios! Ellas son esas jóvenes estudiantes que aparecen en la segunda página de «Es Diari» (24/03). ¿Ellos? Los talibanes que acaban de prohibirles el acceso a la educación secundaria, no vaya a ser cosa que, con la cultura, las niñas quiebren sus cadenas, piensen por sí mismas, cuestionen lo dado como dogma, razonen con propia voz y, finalmente, se rebelen ante unos matarifes sanguinarios y analfabetos que todavía creen en la supremacía del hombre. Las aulas cerradas serán, sin duda, la peor ablación.

- ¿Y el mundo? ¿Y la O.N.U.? –te preguntas-.

- La O.N.U. no ha sido más que una inútil vieja chocha que únicamente ha sabido vocalizar grandes palabras huecas y, por huecas, ultrajadas. ¿El mundo? ¿Qué mundo? ¿El primer mundo? Ese primer mundo se distrae/anestesia con la bazofia de las mediaset, se inyecta fútbol en vena, se cobija en su zona de confort, se distrae con braguetas y braguetazos y mira hacia otro lado cuando el drama se muda en tragedia y de nada sirve ya el maquillaje… A la postre, siempre estarán las hamburguesas de un MacDonald…

- Aunque no hace mucho, en este país…

- Sucedió, y salvando las abismales distancias, algo parecido. Años 50 y 60… Pocas eran las mujeres que accedían al Bachillerato y poquísimas a los estudios universitarios, que quedaban reducidos, prácticamente, a dos únicas opciones: Magisterio y Enfermería…

- Aunque no hace mucho en este país…

- Ejercieron profesores misóginos que marginaban y aislaban a las estudiantes en sus aulas… Uno de ellos obtuvo, incluso, renombre por su actitud…

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- Sin ir más lejos…

- Sin ir más lejos tu madre anheló estudiar enfermería y le cercenaron ese anhelo. Su misión era –y debía ser, según sentencia paterna- la de cuidar a sus hermanos… Esa negativa marcó su vida y de ella te hablaba con frecuencia y lógico deje de amargura…

-¿Y el mundo? –iteras-.

- No sabe, no contesta… Dos millones setecientos niños mueren anualmente por desnutrición; anualmente, también, se invierte billón y medio de dólares en gastos militares; tres mil cuatrocientos millones de personas viven en pobreza extrema, etc. Y lo más actual, lo de Ucrania, al parecer os importa poco, casi nada o, simplemente, nada.

- Hasta que…

- Hasta que una de esas realidades llame a vuestra puerta y se reactualice el conocido verso atribuido, sin mucho fundamento, a Brecht: «Ahora vienen a por mí, pero es demasiado tarde.»

Deprimido (hay pocas razones para abrigarte con el manto del optimismo) vuelves a mirártelas. Están sentadas, aprendiendo. Esa foto de «Es Diari» no se repetirá. Y la angustia arrecia cuando caes en la cuenta de que tal vez ellas serían capaces –ellas y todas- de efectuarle al orbe un buen remiendo salvador… Capaces de mudar rifles por estilográficas, balas por sílabas… Ellos, sus verdugos de luengas barbas, corazones cirróticos, miradas unidireccionales, probablemente, lo saben y temen… Y, mientras tanto, un pseudo feminismo suplanta al verdadero, banalizando una causa tan necesaria como improrrogable con diarias sandeces como la de «niños/as/es»

Este artículo va hoy por ellas. No puedes hacer otra cosa. No puedes abrir las puertas de sus aulas o, por mejor decir, del mundo... Por ellas y, si te lo permiten, por tu madre… Esa a la que le mudaron, de jovencita, un uniforme de enfermera -¡habría sido una profesional espléndida!- por el triste ropaje de una cenicienta y de una cenicienta sin carroza…