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Hoy celebramos algo tan importante para la persona humana como es el trabajo. La Iglesia, atenta a todo lo referente al hombre y a su sentido trascendente, nos pone como ejemplo a san José, el padre adoptivo de Jesucristo, resaltando su faceta de obrero, que se ganaba el pan y el de su familia como fruto de su trabajo, siendo al mismo tiempo maestro en el oficio de su divino hijo. Jesucristo fue también un obrero artesano sucediendo a su padre en el taller y en sus tres años de vida pública trabajó intensamente prestando el gran servicio del anuncio de la Palabra. Para nosotros los cristianos Jesús, al asumir el trabajo, lo ha redimido otorgándole su verdadero sentido.

Trabajar es algo consustancial a la persona humana. Dios creó al hombre y lo puso en el paraíso para que lo cuidara y lo trabajara. No era ningún castigo, sino la feliz realización de sus facultades. El trabajo se encuentra inserto en los planes de Dios desde el principio de la creación. Con su trabajo el hombre coopera en la acción creadora de Dios. Con el pecado original el trabajo se realiza con esfuerzo, con fatiga y cansancio.

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El trabajo participa de la dignidad propia de todo ser humano. En él se comprometen las capacidades insertas en su naturaleza: la inteligencia y la voluntad. El hombre al trabajar no solo transforma su entorno y la sociedad, sino que aprende, se cultiva y se perfecciona a sí mismo. El trabajo no puede ser algo alienante sino cuando impide la realización humana de la persona. El cristiano al trabajar imita al Cristo trabajador y se une a Él por el amor. El trabajo realizado con perfección por amor a Dios, para agradarle, queda santificado. Y es trabajando de esta manera como el hombre se santifica. De ahí la íntima dignidad del trabajo.

Por las razones expuestas, en el conjunto de los factores de producción, el trabajo no puede ser considerado como una simple mercancía. La primacía del hombre sobre las cosas nos lleva a la primacía del trabajo sobre los demás factores de producción, concretamente sobre el capital, que es solo un instrumento. Siempre ha de tratarse a los trabajadores como personas cuya dignidad procede de su filiación divina. El trabajo y el capital han de armonizarse, pues en la producción ni el capital puede subsistir sin el trabajo ni el trabajo sin el capital. Los beneficios son necesarios para el mantenimiento de la empresa y de los puestos de trabajo. Los procesos productivos se han de diseñar a la medida de las personas. Una empresa que no sea capaz de pagar unos sueldos razonablemente justos no tiene razón de ser.   

El hombre tiene el deber de trabajar y al mismo tiempo derecho al trabajo. El acceso al trabajo debe estar abierto a todos. La sociedad y subsidiariamente el Estado debe ayudar a los ciudadanos a procurarse un trabajo. El Estado ha de establecer unas condiciones que generen oportunidades de trabajo, estimulando la creación de empresas, para que haya abundancia de ofertas de empleo, un sólido sistema de seguridad social y de capacitación profesional, libertad de asociación sindical y previsión social en caso de desempleo. Siempre teniendo en cuenta que la libre iniciativa no es solo un derecho sino el verdadero motor para la creación de empleo. Sin perder de vista que la dignidad de la persona ha de ser siempre el punto de referencia.