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Mis exposiciones religiosas efectuadas durante los últimos años en varios medios de comunicación, se asemejan a los de un cura tapado. Lo reconozco. La única diferencia estriba pues en que la curia construye la casa de Dios desde el Cielo y yo, desde la Tierra. Pero es la misma casa. Ladrillo a ladrillo trata un servidor -resumido en un libro que aparecerá a fin de año-, de llegar al tejado mientras la curia trata de alcanzar, desde el tejado, el suelo, donde moramos, sin evidencias de conseguirlo, por lo que intento corregir algunas insuficiencias observadas en sus planos que les impide incrementar el número de afiliados, en estos centros de arquitectura espiritual que son las iglesias.

Es ésta, la mía, una misión desdeñosa por ir de algún modo en contra de los creyentes, al no concordar fidedignamente mis apreciaciones, bien es cierto menores, con las de la Iglesia, y contra los no creyentes por desentenderse estos de tan incómodo tema, o sea pocos partidarios tendré… pero creo que debo proseguir y así lo haré.     

El principal problema de la Iglesia para cerrar la construcción de la casa de Dios en la Tierra se centra en que si bien el techo puede resguardar, aunque diluvie, a toda la humanidad, de las inclemencias vitales, no alcanzan a embaldosarla ni a emparedarla con materiales actuales, implantados por la modernidad, aislando de una vez por todas el frío proveniente del exterior, por lo que la muchedumbre desiste, refugiarse en un templo.     

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Guarda un cierto paralelismo con la educación filial, otrora imperativa y autoritaria, y en la actualidad explicativa y racional, para que los hijos entiendan las mejoras que suponen para ellos, no solo virtualmente sino fehacientemente.     

El otro día, hablando con mi hija, le comenté, haber delegado en su primera etapa terrenal la educación religiosa a las madres dominicas, donde asistió a clase desde los cuatro años hasta entrar en la Universidad, ocupado como estaba yo con mis asuntos laborales, y el resultado fue absolutamente negativo, en fin que no pisaba, le dije, una iglesia ni siquiera por casualidad, los domingos… La respuesta fue categórica: «Papi, pero no soy yo la única, son todas, de las dieciocho que éramos, ninguna la pisa». Aunque, tampoco hace falta fiscalizar las costumbres de mi hija, yo mismo creo que soy el único de mi curso, en los Salesianos, que asisto a misa, y si voy es por mis averiguaciones más que por sus homilías. Algo deben hacer o decir por consiguiente obtuso los curas y las monjas, ante el risible porcentaje de personas que pisa un templo, si bien no es por su culpa, ellos siguen al fin y al cabo las directrices de sus superiores, provenientes a su vez de sus superiores, que provienen de otros superiores, así hasta la cima de Roma.

Es un problema grave que tiene la curia. Pienso que además de haberse desposeído de la sotana, tal y como hicieron en su día, para aproximarse a la normalidad urbana, debían, sino desposeerse de la teología, alternarla con la filosofía de a pie para demostrarle a mi hija y a sus compañeras, a mí y a mis compañeros, y al noventa y tres por ciento de la humanidad la autenticidad de sus teorías, que según mi criterio es demostrable… en fin que podían desposeerse de algo tan obtuso como embaldosar el suelo de la casa de Dios con tejas, a todas luces impropio como ustedes pueden comprender, pues las tejas, al tejado y las baldosas, al suelo.