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Hace años, cuando la gente viajaba y no solo se transportaba en tropel por el mundo, era bonito descubrir lo distintas y peculiares que eran las ciudades de otros países. En Europa, un mosaico de lenguas y culturas, eso no era nada difícil, tampoco lo era entre comunidades españolas, con un territorio rico y variado. Pero últimamente todo parece uniforme, sin citar marcas ni grandes cadenas, salir de compras en una calle comercial es parecido ya en Londres o Barcelona. Ahora se puede ir casi a todos los sitios, pero casi todos los sitios son iguales; la bendita y maldita –a partes iguales– globalización, que impulsa ese turismo planetario y accesible, también ha hecho que muchos destinos pierdan su personalidad.

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Con uñas y dientes se defienden algunos pequeños comercios a lo largo de la historia, batiéndose contra centros comerciales e internet, y de verdad que son últimos reductos de ese mundo heterogéneo que antes podíamos disfrutar al salir de nuestro pueblo o ciudad. Dan carácter, y así se reconoce con el proyecto del Govern «Emblemàtics de les Illes Balears», al que se acaba de sumar Maó con 19 establecimientos distinguidos. Son un total de 148 en la lista balear y 32 ya en Menorca (en Ferreries, Alaior y ahora Maó), las tiendas que por el valor patrimonial de sus inmuebles, su historia y su arraigo han sido seleccionadas y catalogadas. Son ese tipo de comercios que dan originalidad al conjunto de un casco urbano, y que se valoran no solo por los productos que ofrecen sino también por la estética y la autenticidad.

Pasamos por delante cada día sin apenas advertirlos, por la costumbre, pero son aquellos locales que a los visitantes les sitúan e indican que sí, que están en un lugar diferente al que han dejado atrás, de ahí la importancia de conservarlos. Este invierno, a pesar de que han llegado menos turistas, su gasto se ha incrementado. Es un turismo que se aloja en los hoteles de interior  y que realmente aprecia esa oferta comercial singular.