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Hay dos ejemplos recientes que demuestran que se ha perdido la brújula y no encontramos el norte.

Primero, los reyes. Cabe hacerse la pregunta de si ser rey es por mérito o por oposición. En el caso del Rey emérito es evidente, heredó, se ganó la medalla el 23-F, se aprovechó del cargo después y ahora vive como un sultán. Tiene razón cuando después de la regata responde a la periodista que «de qué» tiene que dar explicaciones. No va a inculparse cuando la Fiscalía ha archivado la causa. Ni va a ir a «Sálvame de luxe» para explicar su relación con Corinna. Ni va a pedir perdón, para lo que sirve. Ni dirá, como en Navidad, que la justicia es igual para todos.

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La brújula debería apuntar al Rey titular, Felipe VI, que parece que esté continuamente presentándose a unas oposiciones, quien sí debería dar explicaciones. Para tranquilizar a los contribuyentes debería explicar cómo valora el exhibición pública de su padre, cómo serán las visitas desde Arabia, cómo va a separar su derecho a la relación familiar del papel ejemplar de la Casa Real, su principal obligación real y de superviviencia.

El otro contraste que despista a la brújula es la economía. Mientras se gestionan, más o menos, las ayudas europeas, el plan de reactivación, el plan de choque por los efectos de la guerra de Ucrania, mientras estamos preocupados por la pérdida de poder adquisitivo por la inflación, asustados por el temor a otra burbuja que parece hincharse, aterrorizados por el futuro de las pensiones, mientras todo eso está en un plato de la balanza, en el otro está la que puede ser una de las mejores temporadas de la historia, con un mes de mayo insólito, donde incluso los museos están llenos, en un momento en que no se encuentran camareros, con los extranjeros invirtiendo en propiedades, con listas de espera en los restaurantes y no solo en el hospital, un montón de dinero corriendo por ahí.

No sé si alguno de los dos cuentos tendrá final feliz.