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Se preguntarán qué tienen que ver las cejas de la novia con mi comentario. Respuesta: nada, que yo sepa. Buscaba refranes para un artículo sobre casamientos, y este me ha parecido muy gracioso: «Ni novia sin cejas ni boda sin quejas». El otro día supe de una hija adolescente que había sustraído la maquinilla de afeitar a su padre nada menos que para afeitarse las cejas. El padre andaba muy preocupado porque no tenía ninguna hoja de repuesto y temía que se la fuera a estropear. Y puesto que la hija no tenía barba, seguro que se imaginó muchas cosas que podía afeitarse antes de pensar en la posibilidad de que se quedara sin cejas, como la novia del refrán. Esto me llevó a investigar el asunto escabroso de las bodas en los tiempos que corren, y me enteré que el matrimonio corre peligro de extinción entre los integrantes de la Generación Z. Supuse que la generación Z la integran los jóvenes que están en la edad de los soldados rusos que invadieron Ucrania, y me dijeron que se refiere a los nacidos entre 1997 y 2012. No sé si tienen cejas todavía. Se dice que entre los Millennials (nacidos entre 1981 y 1986) ya disminuyeron mucho los matrimonios y aumentaron los divorcios. El mundo actual cambia con gran velocidad, de modo que dentro de 15 años habrá poquísimos matrimonios, habrá muchas uniones libres y proliferarán además las relaciones homosexuales, bisexuales y las parejas de jóvenes que tengan sexo con un tercero. Todo suena muy moderno, pero, ojo, al escribir «tercero» me he acordado de la Celestina, de Fernando de Rojas, que ya en el siglo XV era una tercera (tercero, tercera, alcahuete, alcahueta: persona que concierta una relación amorosa). De modo que en cuestiones de amor y sexo nada está por inventar. Y en vista de lo de las cejas, no queda tampoco nada por rasurar.

Lo último creo que es el matrimonio entre personas mayores, hombres y mujeres de 90 años que se vuelven a casar con la misma pareja. Hace falta afición. Si tenían que volver a casarse, ¿por qué se separaron? ¿Para engordar a jueces y alcaldes? Pienso que en estas nupcias avejentadas la mujer podría decirle al marido has perdido envergadura, y él podría replicar alguna otra grosería que acabara en «ura». Pero dicen que lo que les vuelve a unir es que ya no saben vivir el uno sin el otro, que a lo mejor es el cariño verdadero. Pero para refranes chapuceros tengo uno difícilmente superable, y bastante impracticable a esas edades: «El cariño verdadero entra por el meadero».