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Oí en un informativo de televisión que tal día como hoy hace 40 años (era el lunes) Felipe González firmó el ingreso de España en la OTAN. Recién comido la cabeza tiende a desconectar y el soniquete de la tele ayuda al duermevela, pero el planchazo rompió de repente el  agradable ‘xubec’ de la sobremesa.         

En aquella fecha aún faltaban cinco meses para que el PSOE ganara las elecciones por primera vez con aquellos 8 millones de votos de octubre del 82, aquella primera mayoría absoluta de la democracia, aquella euforia del cambio. Quien firmó la entrada en la gran coalición internacional fue Leopoldo Calvo Sotelo, quien nos metió en la OTAN como quien entra al cine, según relataba un día de agosto de aquel año Salvador Clotas en la terraza del American Bar.

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La presentadora que leyó la noticia y el que se la había escrito debieron quedarse tan panchos. No es la primera ni la última gamba que meten, el rigor cotiza poco en la era de las redes sociales, en las que la ocurrencia ha ganado terreno a la verdad. Pero, a pesar de Antena 3, en mayo del 82 Felipe González predicaba «OTAN, de entrada no» y cuatro años después, al cambiar de opinión, convocó un referéndum para pedir la permanencia. Y lo ganó «porque los socialistas ganamos lo que se nos ponga por delante», según palabras de Borja Carreras-Moysi la noche del sí popular a la Alianza Atlántica, como se llamó por parecer denominación más amable.     

De aquella reticencia inicial y las manifestaciones del «OTAN no, bases fuera» como la Ferreries a S’Enclusa un domingo de primavera de los años 80, reconducida luego  por la visión siempre más realista que da el Gobierno, hemos pasado al homenaje con motivo del 40 aniversario. Tampoco parece un asunto para la exaltación, salvo que quiera provocarse así a la parte putinesca del Ejecutivo.