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Sé que a los buñuelos se les llama «fruta de sartén» y que son una masa de harina frita que puede llevar leche, huevo y levadura, además de un relleno dulce o salado, por ejemplo de fruta o de pescado. Sé también que existen los buñuelos de Cuaresma, con forma de rosquilla agujereada en el medio, que se suelen comer por Semana Santa, envueltos en azúcar. Incluso sé que la palabra buñuelo procede de «puñuelo» que era el nombre que se le daba en la antigua Roma a un postre que se amasaba con los puños, aunque la receta de los también llamados buñuelos del Ampurdán parece ser de origen árabe. La pastelería menorquina incorpora los «palos», que cuando son pequeños pueden llamarse también «buñuelos» –bunyols. Se elaboran con harina, agua, manteca de cerdo y huevos, se cuecen al horno y como resultan esponjosos se parten por la mitad, se rellenan de crema pastelera y se cubren de caramelo. En castellano se llaman «Palos de Jacob», y modernamente, cuando son más pequeños, «profiteroles», que se suelen rellenar de nata y cubrir de chocolate.

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Pero existen otra clase de buñuelos –bunyols: algo mal hecho, «buñuelo» y también «chapuza» en castellano. Cuando éramos pequeños y nos obligaban a asistir a misa diaria, muchos aprovechábamos para pensar en otra cosa, a lo mejor para imaginar historias fantásticas o aprender la lengua castellana si el cura que subía al púlpito era un buen orador. Luego llegaba el día en que nos hacían servir la misa, para lo cual se precisaba uno o dos monaguillos. Entonces había que responder al ritual en latín, y lo hacíamos como papagayos, sin saber lo que decíamos, y al Dominus vobiscum respondíamos «Ses cames d’en Cisco». Naturalmente los que como yo se habían pasado las horas de misa elucubrando mundos fantásticos no teníamos ni idea de lo que había que responder, ni de si en un momento dado se precisaba presentar el misal, servir las vinajeras con el agua y el vino o salir por la puerta de la derecha o por la escalera del centro una vez acabado el sacrificio de la misa. Servir misa era un gran sacrifico -por algo lo llamaban el «sacrificio» de la misa- para los que como yo no sabíamos de la misa la media, y cada vez que nos equivocábamos cometíamos un «buñuelo» a ojos de los más sabidillos que nos observaban. Luego, durante el recreo del desayuno, antes de volver a las clases, todo el mundo se burlaba de nosotros, y a mí me decían que me había equivocado tanto que había llenado una bandeja de buñuelos –una safra de bunyols.