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Leíamos el domingo en estas páginas que  el gasto de la Menorca Talayótica se multiplica por 60 en diez años. Cuando se decidió concurrir a este festival de nominaciones en 2012 nos gastamos 24.000 euros, diez años después estamos ya en 1,5 millones y en 2030 serán 2,1 millones.                                                 

Surge una pregunta lógica y espontánea, ¿de verdad hace falta tanto dinero para que se reconozca un patrimonio que lleva plantado más de mil años en el mismo sitio? Los bienintencionados -alguno queda- deben pensar que son recursos para tener presentables las taulas, talayots, navetas y monumentos ciclópeos que forman parte del patrimonio pétreo y milenario de esta tierra. Pero no, ese dinero se ha gastado básicamente en preparación de memorias, papeles, documentación, powerpoints, idas y venidas, agasajos, promoción y propaganda. En definitiva, es dinero que se come la burocracia y el personal que mueve los papeles y que ya vive de la nominación.   

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Tiempo atrás, no hace tanto, también pasó por aquí un vivales que daba una distinción de calidad a los comercios. Estos lo exhibían en su escaparate y solo servía para marcar la diferencia con los vecinos que no lo tenían. Lo recibían solo los que pagaban, eran premios comprados, pero daban el pego ante el público, mera estrategia comercial que beneficiaba sobre todo al inventor. También las universidades americanas organizaban actos con mucho boato para conceder premios a empresarios o artistas por su trayectoria. Pero solo a los que pagaban previamente para recibir el título.                   

No es lo mismo, lo sé, la declaración de patrimonio mundial, está avalada por un organismo del sistema general de las Naciones Unidas, convertido hoy en refugio de exministros y altos cargos, aunque el itinerario se dibuja con las mismas trazas.                   

Cuando finalmente llegue la declaración de Patrimonio Mundial, va a parecer un premio comprado a la Unesco.