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Hoy abundan las nuevas palabrejas, que se desgastan por el abuso. Sostenibilidad, por ejemplo. Pero hay una, mejor dicho dos, que se usan poco y tienen un potencial impresionante: justicia restaurativa.

El caso concreto. José María Jáuregui, gobernador civil de Guipúzcoa (1994-96), fue asesinado por el comando Buruntza de ETA hace 22 años, en un bar, con dos tiros en la nuca. Jáuregui formó parte de ETA VI Asamblea y abandonó la organización en 1972. Ante las amenazas de los terroristas se exilió a Chile. Todo ello no impidió que Luis Carrasco y Patxi X. Makazaga le asesinaran.

Maixabel Lasa es su esposa. Mediante el programa de justicia restaurativa le propusieron reunirse con Carrasco. Aceptó. El etarra, arrepentido, necesitaba abrir una nueva etapa. Ella, seguramente, también. El encuentro no implicaba contraprestaciones penitenciaras para el reo. Empezaron a hablar. Maixabel se sorprendió de que Luis no sabía nada de Chema Jáuregui cuando le mató. Es más fácil asesinar cerrando los ojos. La esposa y víctima conoció de primera mano todo lo que no se dijo en el juicio en la Audiencia Nacional. Comprendió que el arrepentimiento era sincero. Y los dos restauraron sus vidas.

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Luis Carrasco está en tercer grado, no ha cumplido toda su condena. Hoy no le perdonan ni sus antiguos compañeros ni aquellos que resucitan a ETA, incluso cuando se habla de fútbol. Será un odiado incomprendido de por vida. Pero es un valiente y ya no odia.

Y Maixabel es una mujer generosa y sabia, que sabe que el odio es otra forma de cárcel y que la reparación también implica un esfuerzo de quien ha sido víctima del terrorismo.

Esta sociedad, que fomenta el odio, también en nombre de la justicia, debería tomar nota. No solo es posible la reinserción, sino también la reconciliación. No se puede reparar el daño que provoca un asesinato, pero sí se puede aliviar el dolor y cambiar el sentimiento.

Los buenos deben ser radicales para construir una sociedad mejorada. Como Maixabel y Luis.