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No parece agosto o el verano en su conjunto el mejor momento para mudanzas en el puerto de Mahón, aunque nada lo impide tampoco. Autoridad Portuaria ha cambiado el concesionario de los amarres de Sa Punta, el de grandes esloras, ha anunciado la próxima convocatoria de concurso para la adjudicación de la Colàrsega y ayer mismo ha relevado el gestor en el varadero del Cós Nou.

Como consecuencia de todo ello, una empresa de Formentera, otra de Eivissa y otra de Mallorca han entrado o refuerzan su posición como actores en la rada mahonesa. En una primera lectura se observa un retraimiento del empresariado local en beneficio del poderío náutico de las otras islas, tan legitimado para expandirse como el menorquín para competir.

Son concesiones al mejor postor, el nuevo criterio del órgano portuario. El puerto es un negocio formidable y, por tanto, una tentación para los tiburones de los negocios. Alguno de ellos logró la concesión de los amarres del Moll de Llevant que aun con la ley y sentencias a su favor no ha logrado recuperar la administración portuaria.

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La lucha entre tiburones es dilucidada a veces en los tribunales y la víctima no suele ser uno de ellos, sino quien les da de comer. Que se lo pregunten a Gual de Torrella o incluso a Paco Triay.     

A Autoridad Portuaria hay que exigirle algo más, inversión por ejemplo, para que en vez de lamentar que es el único puerto que le genera déficit sea de verdad un campo de buena gestión.

Hace diez años que Cala Figuera tiene el suelo saneado a la espera de destino. Se hizo un concurso de ideas y el proyecto no ha sido ejecutado. A cambio, hace unos días la superficie ha sido asfaltada para ser usada como aparcamiento para, según puede comprobarse, autocaravanas en horario nocturno. ¿Qué dice el Ayuntamiento que, por cierto, tiene allí -o tenía- una importante reserva de agua dulce?