TW

Va a ser que no. El viejo sueño de vivir en un planeta tranquilo y sosegado por los efectos benéficos de un consenso universal en torno al mercado libre y la democracia liberal (Fukuyama dixit), con una civilizada alternancia en el poder entre partidos de centro derecha y centroizquierda, sensatos, razonables y devotos del compromiso (cesión para el acuerdo, según los anglosajones), sin histerias ni euforias desmedidas, ese viejo sueño, decía, no tiene visos de hacerse realidad según me susurra el ancestral y sabio ullastre.

Cerquita ya del final de agosto, las cosas se alejan mucho de la utopía soñada. Acò no va bé, después de dos años de zozobras pandémicas en que desayunábamos, comíamos y cenábamos con la macabra compañía de cifras y porcentajes de damnificados directos o indirectos de la covid, hemos pasado a obsesionarnos con las de temperaturas máximas y mínimas, perimetración de incendios o porcentajes de agua en los pantanos, por no hablar de esas milagrosas palancas del Barça, que permiten a un club en quiebra gastar más que nadie en fichajes.   

Si miramos el mundo exterior, estamos ante una terrible  guerra cronificada en Ucrania y su corolario, la amenaza de recesión económica en Europa, la permanente crisis palestino-israelí, la recurrente turbulencia trumpista, que está llevando a EEUU a territorios amenazadores para la supervivencia de la democracia y, ahora, la muy delicada situación en Taiwan, con el gigante chino al acecho… Pues esas tenemos, sin espíritu veraniego, aquella beatífica suspensión de actividades y animosidades que permitía dulcificar críticas e incluso reunirse a manteles con políticos de distinto signo. Al guirigay internacional solo le faltaba el atentado a un escritor universal como Salman Rushdie cuyo extraordinario libro «Joseph Anton» sobre sus años de autosecuestro tras la fetua del imán Jomeini, es imprescindible para recordarnos que la sombra del fanatismo (religioso y/o nacionalista) es alargada.

Noticias relacionadas

Si indagamos en la política nacional, también parece estar sumida en un permanente frenesí: la coalición gobernante generando un aluvión de leyes como si con ellos se acabara el mundo, algunas de ellas notoriamente improvisadas y otras francamente aventuradas, como las de género y sus fluideces.    Por su parte, la oposición conservadora trabajando a destajo para descalificar cualquier iniciativa del Gobierno, aunque contradiga anteriores tomas de postura, como en el asunto de la ley de ahorro energético.

Otro aspecto curioso, diría que, hasta divertido, si no fuera    perturbador, es el asunto    de la cogobernanza. Hubo un tiempo, en la pandemia, sin ir más lejos, que la oposición clamaba por una coordinación nacional de las políticas sanitarias (¡Diecisiete opiniones distintas, qué horror!), pues ahora, sin despeinarse, reclaman que cada autonomía diga si acepta la ley de ahorro energético    no vaya a soliviantarse la señora Ayuso, mientras Europa nos observa con estupor, como cuando Fraga Iribarne votó abstención en el referéndum de permanencia de España en la OTAN.

Y luego están los conspiranoicos de toda laya que siguen enredando    por el ancho mundo: los de las vacunas, erre que erre negando su eficacia incontestable, los feligreses de Trump y su Gran Mentira del fraude electoral, los negacionistas del cambio climático, especialmente dañinos para el futuro del planeta, ojo, y no olvidemos a los belicosos    negacionistas de la legitimidad del presidente Sánchez, el mentiroso compulsivo, el presuntamente fraudulento viajero del falcon (¿dónde se ha visto la felonía de que un presidente de gobierno viaje en un avión presidencial?), el promotor de leyes bolivarianas sospechosamente apoyadas por la Unión Europea (cosas del consenso progre, se supone)…

Y más madera:    los independistas catalanes revientan un homenaje a las víctimas del terrorismo en base a delirios precisamente conspirativos que recuerdan aquellas montañas «no tan lejanas» de Aznar tras los atentados de Atocha Y la guinda del desvarío: Menorca se constituye en vanguardia del movimiento terraplanista. «Es una ocasión maravillosa para que la gente se haga preguntas y cuestione lo obvio» afirma en «Es Diari» una de las organizadoras de la trobada … Total, un desgavell.