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«Tom: puede que la vida que llevo no te parezca gran cosa. Pero es la vida que elegí…

Daniel: la vida no se elige, papá… Se vive».

Con este brillante diálogo arranca «The Way» (El Camino), una road movie de 2010 dirigida por Emilio Estévez y protagonizada por él mismo y por su propio padre, Martin Sheen, nombre americanizado de Ramón Antonio Gerardo Estévez. Diálogo que recoge las últimas palabras que se intercambiarán ambos personajes, ante la inesperada muerte de Daniel. ¡Cuántas cosas se os quedan siempre por verbalizar cuando es el orgullo quien habla, esas que, frecuentemente, se explicitan luego, a destiempo, tarde y mal, por haber salido ya de escena el receptor, ahora irrecuperable!

El argumento de la película gira en torno a Tom, un oculista aburguesado, viudo y frío que mantiene una tormentosa y muy esporádica relación con Daniel, su único hijo. Cuando éste fallece en un accidente durante el Camino de Santiago, el oftalmólogo se desplazará a España para recoger sus cenizas y regresar con ellas a Estados Unidos, su país de origen. Sin embargo, y a causa de un irracional impulso, Tom cambiará de idea y, en nombre de Daniel, decidirá efectuar el Camino, esparciendo durante el trayecto los restos del muchacho…

«The Way» es un drama, en ocasiones durísimo, sobre la estupidez humana y la pobreza anímica (amén de un espléndido documental sobre lo que es la ruta del Apóstol), pero igualmente un hermosísimo canto a la capacidad de regeneración del hombre (aunque sea tardía), a la opción del cambio, a la amistad entre dispares y, en definitiva, a la vida, cuando esa se sustenta en valores éticos y no monetario/egocentristas… Durante el larguísimo trayecto, Tom entablará amistad con otros tres peregrinos, a pesar de las fuertes discrepancias que mantiene con ellos y que ellos mantienen entre sí. Distintas nacionalidades, creencias, pareceres, convicciones y modos de vida se personificarán en esos cuatro personajes que, a lo largo de «The way», aprenderán a entenderse y, finalmente, a amarse… El final de la obra, espléndido, no hace sino poner un broche de oro a una cinta recomendable…

- ¿Y? –te preguntas-.

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- Que en Gràcia, con Gràcia y ante la inminencia de Gràcia te acordaste del film, estableciendo un curioso paralelismo entre las fiestas que se aproximan y lo narrado en  la obra de Estévez…

- ¿Por? –insistes-.

- Porque probablemente existan muchos Tom y Daniel en Maó (y en cualquier pedazo del orbe) que, y a diferencia de lo que se cuenta en la película, están todavía a tiempo de darse un abrazo…

- ¿Por? –iteras-.

- Porque tal vez las Festes de la Mare de Déu de Gràcia sean, en cierta manera, vuestro particular Camino de Santiago, un camino mudado aquí en tiempo, en tres días, en jaleos, en actos,    en setenta y dos horas en que todos parecéis estar, efectivamente, en estado de Gràcia. Esas horas en las que no importan las afiliaciones políticas o deportivas, tan solo los abrazos que dais un siete, un ocho o un nueve de septiembre y que eran impensables tan solo ayer y, desgraciadamente, también mañana… Incluso unas horas antes… Ese estado de Gràcia en el que perdonáis y sois perdonados, en que besáis y abrazáis, en el que cantáis sin que os importe una mierda la manera de pensar del que anida a vuestro lado entonando o destrozando un Es Mahón que huele a gloria, en el que os dejáis avasallar por una extraña y arrolladora fuerza: la del amor sin medida, sin etiquetas y sin exigencias…

Y Ella, entre aplausos, entra/entró/entrará en la emblemática Parroquia para presidir una Misa de Caixes. En el exterior, ecos de fiesta en ciernes. Pero ya no… Ya no existen muros, ni convicciones que separen mundos y personas, estáis todos -mejorados-, efectivamente, en estado de Gràcia…

Aprovechad para dar a quien corresponda ese abrazo que no le dio Tom a Daniel, su hijo. No sea que se os vaya a hacer tarde… Y decid, en Gràcia, sin dejarlo para los tenebrosos terrenos de lo irrecuperable, esas palabras que, en el fondo, siempre anhelasteis vocalizar…