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Autoridad Portuaria lleva unos meses «resolviendo» expedientes, para acabar con las concesiones temporales de amarres y adjudicando varias zonas por periodos más largos. Es evidente que las concesiones temporales no son la forma ideal de gestión, porque no permiten acometer las inversiones necesarias para ofrecer un servicio de calidad. Pero el proceso no está exento de problemas. Mientras el Club Marítimo de Maó, que he perdido los amarres de La Sirenita, cuenta ya con la adjudicación de la mitad del espejo de agua de los amarres del Moll de Llevant, que todavía no puede ocupar por la resistencia jurídica de Trapsa Yates, se está excluyendo a empresas locales porque el principal criterio de adjudicación sigue siendo el importe del canon a pagar a Puertos.

El caso del varadero es también paradigmático. Se adjudica a una nueva empresa de fuera de la Isla sin experiencia, que tiene dificultades para mantener el servicio. Se hace el cambio en plena temporada turística. Y lo que el anterior presidente de Puertos, Joan Gual, vaticinaba que sería el motor económico del puerto de Maó, mantiene una situación de provisionalidad.

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La imagen de los grandes yates de lujo que este verano han amarrado en Maó podría desenfocar el problema de la náutica en el puerto. Algunos propietarios de embarcaciones, que tienen casa y barca en Menorca, se están cansando de la falta de servicios. Comentan que Maó es uno de los pocos puertos turísticos de la costa mediterránea española donde no es posible ducharse en unas instalaciones dignas. A ver si vamos a cambiar el turismo náutico que genera economía por cuatro yates de lujo, como espejismo de que estamos de moda.

La frase del presidente de la Asociación de Empresas Náuticas (Asmen) Justo Saura, de que «el puerto de Maó está peor gestionado que nunca» es elocuente y ajustada a la realidad.

El verdadero «caso Puertos» no es el que está en los Juzgados todavía parcialmente bajo secreto de sumario, sino la partida que se jueva en el puerto de Maó.