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Hay ciertos signos que nos indican claramente cuando empiezan y acaban las vacaciones estivales. Para el ciudadano de a pie y que desconoce o no comprende las estadísticas que los de arriba lanzan a través de los medios de comunicación, solo existe uno fiable y que no es otro que el «run, run» emitido por las macizas ruedecillas de las maletas deslizándose por el asfalto de nuestras calles, rumbo a los hoteles o saliendo de ellos. Las ruedecillas en cuestión podrían ser de goma con lo que el ruido quedaría adormecido y quienes dormimos con las ventanas abiertas    podríamos reconciliarnos mejor con Morfeo y a pierna suelta.

Pero no, ese ruido forma parte de la campaña turística porque cuanto más ruido oigamos, señal de que más turistas nos visitan. Ni el madrugador canto del gallo es ya capaz de despertar a nadie a las seis o siete de la mañana porque las ensordecedoras ruedecillas han tomado el protagonismo. Adiós al canto del grillo y de la madrugadora tórtola, no sé si es que ya no se les oye o es que en vista de la competencia se habrán ido a lugares más campestres donde el piso es más mullido y donde ser despertado sin sobresaltos o a lo sumo por el mugido de alguna lechera, va a resultar que es una auténtico lujo ya casi desconocido.