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Aquí cuando no es por fas es por nefas, diríase que nos han echado mal de ojo, si no, no se explica. Nuestro derecho al bienestar se torció de hoz y coz con la llegada de la pandemia, luego, los que saben de estas cosas, dicen que han venido diferentes recaídas a las que les dio por llamar olas, más acertado hubieran estado si lo hubieran llamado tsunami pandémico. Con la pandemia vinieron los confinamientos y centenares de fallecidos. La industria hostelera hecha unos zorros; por si no teníamos bastante,  ahí tenemos la invasión de Ucrania y sus duras consecuencias, porque a un país le dio por invadir a otro, como si no tuvieran cosas mejor que hacer, arriesgando al mundo en meterlo en un desastre nuclear. La viruela del mono, viruela que creíamos para siempre desterrada de nuestro viacrucis pandémico. El escandaloso precio de la energía; la luz invitándonos a entendernos a oscuras; la inflación de un 10,8 %; los salarios bajo mínimos, poniéndonos en razón para una explosión social.

En política tampoco estamos para tirar cohetes. Un gobierno que lejos de ser una balsa de aceite a veces parece una jaula de grillos, discutiendo sus decisiones con sus propios ministros, y una oposición que Núñez Feijóo abanderó de moderada, bienhablada y sensible a los problemas comunes, luego, nada más girar la esquina, ha sido como la tía Gabina, que no se sabe si mea o se orina, viniendo a mear fuera del orinal en los momentos más inoportunos. Tampoco por eso, podemos dejar sin señalar a los 500 fallecidos por golpes de calor, resultado de un verano de infierno, que se ha juntado para nuestras desgracias con la pertinaz sequía que decía «el otro». Todo eso ha propiciado un sinfín de incendios, que nos está dejando los montes convertidos en pavesas ante el increíble número de siniestros. A veces me pregunto si aún queda algo por quemar.

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Y eso no es todo, estamos según los que saben de estas cosas, ante la peor sequía de los últimos 500 años, muchos me parecen quien utilizó este dato sin cotejarlo, porque no hace tantos años que mantenemos el rigor de apuntar nuestros fenómenos climáticos para el caso la falta de ellos. Lo que sí puedo decir a la luz de la memoria, es que algunos años llueve mucho y otros años poco. Ahora, diríase que al cielo le han puesto «dodotis» porque no cae ni gota. Doñana se ha quedado sin agua, lo que rara vez había pasado. Lo que sí parece que está anotado de que en 1983 el Parque Nacional se vio en idénticas miserias. Esa falta de lluvia la sufren los payeses    al ver sus campos convertidos en un secarral, un erial, donde no puede alimentarse una cabra, y para que el mal sea aún mayor, resulta que tienen la leche más barata que el agua.  Milagro es que los payeses menorquines aguanten en su puesto porque el payés menorquín necesita ayuda de la administración cuanto antes, si las ayudas se retrasan, podría ser demasiado tarde. Por aquí por la península, la situación tampoco por eso es mejor. Un ganadero de vaca frisona que tiene que alimentar a su ganado de forraje de almacén, lo está pasando muy mal.    Los pantanos están como yo no recuerdo haberlos visto nunca, con un caudal inferior al 40%. Con ese aforo hidrológico no puede haber salto de agua, en consecuencia no se puede producir electricidad, ni tampoco echar mano de la escasa reserva líquida que queda para regar. Los árboles por la rigurosa sequía que soportan, se les caen las hojas como si estuviéramos en pleno otoño, la fruta está mal madurando y ha quedado pequeña y arrugada, que en algunas zonas me han dicho que nos las van a recoger. Esto es parte del panorama que nos aflige en cuanto a lo puramente terrestre, porque si le echaos una mirada al mar Mediterráneo, la situación es tan grave o más. Desconozco si hay memoria escrita de que sus aguas hayan estado nunca a tan elevada temperatura, 5 o 6 grados más de lo habitual, y eso por fuerza causará graves daños a la posidonia y en general a toda la fauna marina, que acabará por repercutir en los precios que alcanzará en las lonjas de pescado.

No está el patio para echarlo a barato, y no deberíamos de hacer caso omiso de los nubarrones virtuales que se vislumbran en un horizonte de color de panzaburra.    Los negacionistas si no quieren seguir instalados en sus absurdas proclamas, deberían analizar el panorama con ojos avisados, pues quien no ve la que se nos está viniendo encima, es porque no quiere, pero no porque no haya datos para darnos cuenta que estamos adentrándonos en un mundo cada vez más difícil, más hostil, capaz de producir situaciones muy amargas. Barrunto que los primeros meses de 2023, van a ser muy duros, y no es que tenga yo vocación de oráculo, pero los datos a día de hoy, vaticinan como muy preocupantes los primeros meses del próximo año. Dios quiera que me equivoque.