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¿No te has quedado como más tranquilo después de que, por fin, hayan enterrado a la reina de Inglaterra? Menuda pereza tiene que dar lo de morirte y que estés dos semanas de viaje de un lado para otro, aunque sea para que el pueblo te presente sus respetos. A mí, cuando me muera, no hace falta que paseen demasiado, basta con que me dejen en algún lugar donde no moleste, que corra el aire y con una bufanda por si refresca.

No cabe duda de que, al margen de la muerte en sí, el Reino Unido ha estado estos días ante una posibilidad histórica y una posibilidad de hacer historia con uno de los festejos más impresionantes que se recuerdan. No pongo en duda de que Su Majestad los mereciera, pero quizás también querría un poco de calma.

Yo estoy convencido de que morirme se me dará fatal, de que no estaré a la altura y es un problemón porque dicen los que saben del tema que solo tenemos una oportunidad y que no podemos fallar. Estamos rodeados de problemas que son -mejor dicho, «nos parecen»- mayores o menores y que con ellos nos entran un montón de dolores de cabeza que nos joroban en el día a día. Todo eso se queda en nada cuando emprendes el último viaje, el definitivo, el que no tiene billete de vuelta ni necesita el descuento de residente.

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A la reina de Inglaterra, por ejemplo, ahora ya le da igual el colesterol, lo que piense el vecino o si el último modelito está más o menos a la moda. Morirse debería dejarnos algunos mensajes a todos los que nos quedamos como, por ejemplo, que todos los problemas son relativos y que, seguramente, no merecen ni la mitad de la mitad de las angustias que nos provocan. O, en otro ejemplo, que en muchos casos tenemos la lista de las prioridades un pelín desordenada y cuando nos damos cuenta es tarde. O demasiado tarde.

Ojalá lo viésemos claro antes y pudiésemos actuar en consecuencia, es decir, arreglarlo mínimamente para reducir el impacto. Que no fuera demasiado tarde para dejar las cosas arregladas antes de que caiga el telón para que la vida nos regalase un último aplauso.

Aunque no hace falta que sea tan largo como el de la reina, basta con algún brindis, que al recordarte provoques alguna sonrisa o algún suspiro. Que tu ausencia se llene de buenos recuerdos. Que, al fin y al cabo, todo esto haya valido la pena y luego disfrutes del sosiego y la calma.

dgelabertpetrus@gmail.com