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La pre-ministra de Educación acepta el cargo. No crees que esté asustada. El poder siempre lo convierte a uno en irresponsable. ¿Gestionar sobre lo que no se sabe? ¡Bah! ¿Acaso no hay asesores varios? Sin embargo, un director de orquesta ha de saber lo que es un oboe. ¿Cuántas aulas de Educación Especial habrá visitado la señora ministra? Probablemente, en ese pecado de ausencia, solo estará pensando en su reforma, que -cree- no es sino una manera de pasar a la inmortalidad. Y puede que sí. La cuestión no es pasar a la inmortalidad, sino cómo…       

¿Dieron alguna vez tus ministros –¡tuviste a tantos!- una clase? ¿Se enfrentaron a unos padres que no podían pagar unos libros de texto que, vosotros, los docentes, manteníais para no generar gastos y que las editoriales os modificaban para haceros la puñeta? De verdad: ¿tiene usted, señora ministra, pajolera idea de lo que se vive en las aulas?

El problema de la señora ministra -iteras- es encajar una reforma no consensuada antes de unas elecciones, no vaya a ser que los suyos las pierdan, los suyos, esos, que, siendo los suyos, ya no son de nadie por incoherencias varias... Y no es -señora ministra- un juego de palabras…       

Y sabes que ahora no está la señora ministra para chorradas... ¡Han sido tantas las reformas educativas! Dentro de cien años en este país se seguirá sin un pacto en educación y os faltarán letras, como a usted, señora ministra... LOGSE, LOE... LOGSELOEEEEELOEEOOOEEEE... ¡Olé, señora y señores de antes y de después!

Hubo cierto día en que un pedagogo        –que jamás había dado una hora lectiva en su vida- os recomendó a vosotros, los docentes, que no puntuarais en rojo, porque eso conllevaba -el rojo- connotaciones negativas. Alguien le preguntó a ese pedagogo, a ese taxista sin taxi, a ese pintor sin pinceles, si un 10 en rojo amargaría a un alumno. Se quedó babeando... Y respondió que pues que eso, que en ese caso no y que... Y en ese «que» se quedó... No sabes el porqué, pero ese pedagogo te recuerda a la señora ministra. No obstante, a diferencia de ese lerdo, usted, señora, maneja vidas, futuros e ilusiones…

No es cuestión baladí…

¿Ha consultados usted a la hora de parir su LOOOOOOOEEEESEFE a los profesores?

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Si lo hubiera hecho sabría que con la Educación y la Sanidad y la Dependencia no se juega... Y que, por ellas, tú, darías tu vida...

¿Ha consultado a los padres?

Y dígame, señora ministra, de verdad, en un inaudito acto de sinceridad, ¿usted entiende de esto? ¿Se siente realmente capacitada?

Si reacciona, acérquese a un instituto, pase una jornada con los profesionales de la educación. Y vea a esa madre que no puede pagar unos libros y págueselos usted con parte de su sueldo porque, a diferencia de ella, ¡seguro!, usted, sí, llega a fin de mes.

Y ojalá hubiera visto, por ejemplo, a I. un alumno de teatro. Era tímido. Apenas podía hablar. Y acabó, en público, gracias a una profesora interina que le paga a usted la luz, haciendo un monólogo... ¡Dios, qué hermosura! ¿Su cartera puede compararse a esa belleza de ese niño que dejó atrás sus terrores y fue capaz de, incluso, haceros reír?

Señora ministra: acuda a una escuela, enfréntese a los ojos de niños con problemas de movilidad, consulte a quien sabe, y luego dígale a quien corresponda que con un solo vuelo de un Falcon se pueden llenar comedores infantiles y edificar geriátricos... Que en su España o lo que sea ya esto, desde un avión, es todo fácil… Desde una ventanilla el mundo se reduce a lucecitas. Pero resulta, señora ministra, que esas luces tienen nombre. Una de ellas se llamaba Ignacio... Y fue capaz de vocalizar un monólogo gracias a una espléndida profesora...

He visto a madres angustiadas, a padres desesperados, a niños acomplejados por mor de su pobreza, a... Pero no la he visto usted. No había cinta que cortar, ni fotógrafo al que adoctrinar, supongo…

No es usted -¡perdone!- ¡Ha sido usted y tantos! Y uno -cierro- acaba por estar cansado... De tanta ignorancia de quien administra de lo que no sabe, de tanta prepotencia, de tanta falta de caridad... Muy cansado... En demasía, señora…