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No sé ustedes pero yo de cada vez voy cerrando más puertas y ventanas y si en alguna ocasión se me olvida hacerlo, ya sea por olvido o dejadez, encuentro mi mente y espíritu invadida de piratas dispuestos a destrozar mi galeón que tanto me ha costado construir y a robarme la paz y tranquilidad que tanto me ha costado conservar. Ya hace tiempo que no estoy para abordajes ni cañonazos, ni abrazar a individuos con garfios en lugar de manos, ojos emparchados y patas de palo carcomidas. Tengo callos endurecidos y valiosos en mis manos de tanto darlas a otras repletas de amistad y brazos encorvados de tanto dar y recibir abrazos.

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Me quedo con ellos que son muchos y lo siento, pero ya no tengo espacios vírgenes para aceptar novedades de dudoso contenido y mucho más dudoso porvenir. Hace un par de días entro una abeja en mi habitación empeñada en jugar con la luz de la bombilla y antes de que se decidiera a quedarse sin mi permiso, intenté conversar con ella en una peligrosa corta distancia, dicen que hay quienes les hablan a las plantas y te entienden dándote tomates mas gruesos de lo normal, pero con la abeja no hubo forma, yo creo que era guiri y cuando ya se canso de montarse en la noria de la luz, salió volando, que también es lo suyo y todos contentos.