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En Madrid no hay playa, ya lo dice la canción, ¡vaya! ¡vaya! Pero para compensarlo tiene la sede de la Dirección General de Costas. Desde allí se ordena la marcha de todo el litoral español con el conocimiento que aporta que algunos de sus funcionarios hayan pasado un verano en Benidorm o en uno de los hoteles de Son Bou.

Este bagaje les da toda la legitimidad moral para aplicar la Ley de Costas con compás y cartabón. No importa, como pasa en Mallorca, que haga cuarenta años que algunos restaurantes están funcionando a plena satisfacción de residentes y turistas. Que les corten la cabeza.

Que las casetes de vorera de Menorca tengan uso residencial desde hace más de medio siglo no importa si no gustan a los burócratas madrileños. Que les corten la cabeza.

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Lo peor es que Palma se ha contagiado de este despotismo falto de toda ilustración. ¿Cómo es posible que Medio Ambiente haya ordenado retirar la escultura de Nuria Román en la playa de Mongofra por degradar el entorno natural? ¿De verdad?

Ahora sola faltará que dos militantes del nuevo cretinismo climático anti-arte vayan a pegarse con Loctite a la Aguja de la Giganta para salvar el planeta.

Que les corten la cabeza.