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A veces, cuando trabajo, tengo la sensación que lo que estoy haciendo es muy importante, tan sumamente importante que el margen de error es mínimo. Tengo que ir con cuidado para no equivocarme y meter la pata, las dos patas o, directamente fotre una bona empasta. Otras veces, si te soy sincero, el que se pone la presión soy yo y sí que tendría un poco más de margen en caso de equivocarme, aunque yo mismo sería el primero en enfadarme. Pero, en general y aunque no lo parezca, suelo ser bastante cuidadoso.

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¿A ti no te pasa? Hay trabajos en los que la responsabilidad primero y la presencia de un jefe o jefa que se pueda mosquear al fallo te obligan a dar lo mejor de ti mismo en beneficio de tu labor. Siempre he pensado que las cosas se tienen que hacer para que salgan bien, no se tienen que hacer a cualquier precio y consecuencia. De hecho, hay profesiones en las que según el tipo de error el castigo va desde una simple anécdota a un despido inmediato y fulminante por falta grave, si no tienes la decencia de asumir tu error primero y dimites porque no has estado a la altura. También es cierto que hay errores y errores. ¿Que se escriben igual? Sí… Pero seguro que mientras leías no has entonado igual la primera que la segunda palabra. Porque hay cagadas que son garrafales y que afectan de una forma nauseabunda a la sociedad. Del mismo modo que hay personas que la han liado estrepitosamente y su impunidad también provoca una vomitera severa. Pero peor que alguien que se equivoca y es incapaz de pedir disculpas es aquel, o aquella, que justifica la equivocación, que la defiende hasta límites excesivos o el que intenta aprovecharse de la situación en su beneficio para trastocar al personal. Como el idiota que te quiere tratar como a un tonto intentándote convencer que no es lo mismo alguien que roba para su beneficio que alguien que roba para el beneficio de entidades que buscan su propio beneficio. Como si un ladrón dejase de ser un ladrón dependiendo de su moralidad, sus motivos o su partido político. O un asesino. O un estafador.

A estas alturas, poco me importa buscar culpables porque poco pesa cuando el mal ya está hecho. Lo que sí que estaría muy bien es que se trabajase con más ahínco para evitar que se repitan ciertas empastes, ‘empastadores o empastadoras’. Por el bien común.