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Hace más de dos décadas que el Conservatorio Profesional de Música y Danza de Menorca –la danza solo existe en su denominación, porque en la práctica no hay sitio para impartirla–, se independizó del conservatorio superior de Balears. Formó su propio equipo directivo y claustro de profesores, impartiendo casi una veintena de instrumentos. Aunque exista una gran oferta de clases en escuelas municipales, el conservatorio es la única vía de obtener la titulación oficial. De sus aulas salen buenos músicos, la cantera menorquina en dicha materia es fértil, y no es de recibo que la precariedad de sus instalaciones se dilate en el tiempo, ni tampoco que una de las disciplinas, como la danza, sea inviable.

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La reclamación de una nueva sede digna y moderna se ha convertido en un culebrón. Treinta y cinco años han transcurrido desde la cesión del Claustre del Carme por parte del Ayuntamiento de Maó, es increíble que lo provisional se convierta tan a menudo en rutina. Ha habido innumerables promesas políticas y un clamor general de profesores, padres y alumnos para contar con un espacio del siglo XXI, que permita desarrollar aún más el talento de los jóvenes en un área de estudio ya de por sí enormemente sacrificada. Que les consulten a los profesionales sobre la idoneidad o no de una u otra sede, antes de iniciar proyectos o lanzar ideas que se eternizan en el tiempo, eso sería lo deseable.

En octubre de 2016 –maldita hemeroteca–, Educación se comprometía a impulsar el proceso de la nueva sede; la Sala Augusta ya se barajaba como la opción del Govern. Ahora reitera, tras dos licitaciones desiertas, que se mantiene esa ubicación como la única alternativa, pese a que el propio alcalde de Maó, Héctor Pons, ha empezado a manifestar dudas, debido al último revés recibido por la falta de interés de las constructoras. Al final todo sigue en el aire, un año perdido, otras elecciones a la vista y volverán las promesas, que suenan desafinadas.