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Rusia conoce muy bien el poder disuasorio, cuando no bélico, colateralmente hablando, que tiene su terrible invierno. Napoleón y su ejército lo conocieron y lo sufrieron en sus propias carnes cuando cometieron el error de entrar en Rusia y permitir que les alcanzara de lleno el General Invierno, a cuarenta grados bajo cero. Por si el error no fuera suficientemente grande, añadieron el practicar una invasión de «tierra quemada». Su ejército iba destruyendo todo lo que encontraba a su paso.

Ignoraban lo que les podía pasar si tenían, como tuvieron, que volver sobre sus pasos. Fue entonces cuando la política de «tierra quemada» les pasó una amarga factura porque ni encontraron con qué calentarse ni con qué alimentarse. El invierno ruso hizo el resto en aquellas estepas congeladas.

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Dicen quienes lo saben que tuvieron que abrir la panza a varios caballos para que Napoleón metiera las manos evitando de esta manera que se le congelaran. «Un voluntario» de la División Azul me contó que vio cómo llevaban el vino en sacos completamente congelado, y que las armas convencionales, pistolas y mosquetones no funcionaban, tenían los mecanismos con la grasa congelada hecha un bloque. Tampoco podían tocarse ni los ojos ni las orejas para evitar que se rompieran debido a la congelación severa que padecían. Mírese el congelador de su frigorífico que a lo sumo estará a 18-20 bajo cero y verán cómo en su interior está todo hecho un bloque. Pues bien, eso en Rusia se conoce como el General Invierno. Un general cuyo ejército es la congelación que mata de frío. Ahora Rusia está forzando esa situación como arma de guerra aprovechando una naturaleza hostil. Ellos le añaden la destrucción de centrales que proporcionan fluido eléctrico cerrando también la espita del gas dejando de esta manera a la población ucraniana sin luz ni agua ni gas con que cocinar y calentarse, creando «un arma de destrucción masiva» capaz de diezmar la población militar y la población civil del país invadido. ¿Por qué será que en todas las guerras se echa mano de la crueldad, incluso refinada, para causar cuantas más bajas mejor? En el caso de la guerra de Ucrania, con esta política del frío en su máxima expresión. Quienes echan mano de tan cruel sistema deberían de caer en la cuenta que las primeras víctimas no son combatientes si no niños y ancianos atrapados en una impotencia atroz. Ningún niño debería morir en ninguna guerra entre otras cosas porque degrada a los que han propiciado el enfrentamiento belicista. Al final, después de infinitas calamidades de todo tipo que las guerras ocasionan, no tendrán más remedio que sentarse los unos delante de los otros y vendrá, tiene que venir, el fin del conflicto el día que saquen a pasear el eufemismo del ¡Nunca más! Un nunca más que dura lo que se tarda en volver a enzarzarse de nuevo mostrando a un mundo asombrado nuevas armas de matar y destruir como ahora los drones y los cohetes teledirigidos llenos de material explosivo y metralla. ¿Es qué no vamos a escarmentar nunca? No puedo creer que estemos hechos a imagen y semejanza de Dios.

En mi opinión es una afirmación ésta equivocada. Por el contrario, somos crueles hasta la saciedad; somos capaces de utilizar los medios más obscenos para reducir la resistencia de aquel a quien combatimos tan despiadadamente que incluso los ancianos y los niños pasan a formar parte de los objetivos bélicos. Quienes así actúan no pueden estar hechos a imagen y semejanza de Dios que es todo piedad y ternura. Lo otro me trabuca la fe que me enseñaron mis mayores. Me parece una crueldad añadida «desarmar» a la población en su lucha contra una naturaleza invernal especialmente inclemente en zonas como Ucrania donde hasta las palabras se hielan.