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Precios asequibles a la mayoría de las economías domésticas, incluso algunos inexplicablemente mínimos, caracterizan a la companía irlandesa Ryanair, la de muy bajo coste por antonomasia. A ella hay que agradecerle, incluso, que estemos siendo capaces de pasar varios días en cualquiera de los destinos que opera con la Isla más ligeros de equipaje que nunca, puesto que el único que admite sin coste es una mochila campera. A este paso pronto viajaremos con las prendas de otra muda plegadas en los bolsillos.

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El modelo de negocio de Ryanair no es muy ortodoxo, podríamos decir, pero compite y gana a sus imitadores porque la mayoría buscamos el mejor precio por encima del confort viviendo donde vivimos. A cambio la compañía urde discutibles estrategias, en ocasiones, para asegurar ingresos, como la más reciente, decir que no conocía la exclusividad durante el periodo de la OSP con Madrid y por eso vendía billetes para marzo y abril que ahora debe devolver o canjear por otros. De momento el dinero está en sus arcas. Es lo que tiene la obligación de servicio público, que asegura aviones y asientos pero anula la competencia, dando como resultado la pérdida de los sugerentes precios que ofrecería la compañía irlandesa en primavera.

Mientras tanto, el Govern interviene ante el Ministerio de Transportes para proponer cuestiones fundamentales que son exigencias de primera necesidad para los isleños y deberían figurar como derechos adquiridos y consolidados desde hace lustros. Una tercera frecuencia con Madrid, limitar precios absolutamente abusivos en la ruta a Barcelona y en la de la capital cuando llegan las fechas de mayor demanda, o asegurar que tengamos un asiento siempre que necesitemos volar a primera hora a Mallorca... resultan todas cuestiones tan obvias como lo es que Ryanair vende los pasajes más baratos entre otras razones porque tiene menos ornato que un Seat Panda.