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No te va tocar. Ni a mí. Ni al colega de esa ciudad tan lejana que sí que suele salir en los telediarios cada 23 de diciembre. Partiendo de esa base, voy a hacerte ver lo feliz que eres, aunque la Diosa Fortuna y los niños de San Ildefonso se olviden, un año más, de nosotros. Lo primero es tener claro que no hay que confundir la felicidad con la ilusión. Ese décimo que tienes colgado en la nevera puede regalarte toda la ilusión posible pero la felicidad es aquello que te rodea cada día del año.

Te prometo que voy a intentar el tonito positivista y cursi del artículo en breve. Hace ya más de ocho años que mis Navidades no son lo mismo. El aura de perfecta imperfección que rodeaba a estos días se esfumó parcialmente convirtiendo las fiestas en algo que se intentan parecer pero que distan mucho. Por lo tanto, para empezar, te diré que la felicidad, en estas y en cualquier fecha, son las personas que tienes a tu alrededor. Porque son efímeras y puede que aún no te hayas dado cuenta, o no lo hayas descubierto, pero un día no estarán. Eres más feliz de lo que te piensas, o de lo que percibes. El problema es que tendemos a normalizar y a quitarle valor a las cosas que tenemos y no somos conscientes de lo afortunados que somos.

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Puede que no nos toque el gran Gordo de Navidad, pero deberíamos parar, echar un vistazo a nuestro alrededor e identificar aquellas cosas que nos hacen felices cada día. Por ejemplo, la salud. O el trabajo. O las oportunidades. O dónde hemos nacido, o donde estamos ahora mismo. O donde no lo hemos hecho. Si apartásemos un momento la vista del ombligo podríamos ver muchas más cosas de las que nos pensamos y, a partir de ahí, empezar a valorarlas.

Somos felices, y no lo sabes, porque puedes caminar libre por la calle sin más preocupación que acertar con el conjunto puesto acorde a las inclemencias del tiempo. Y si no, entrarás en una tienda y te comprarás algo que lo solucione. Hay mucha gente y, sobre todo, muchas personas, que eso no lo pueden hacer. Puede que ahora mismo estés solo, sin nadie, y resulte que eres infinitamente más feliz que aquella persona que está rodeada de gente y acompañada, pero se sienta vacía. Incluso en eso tenemos suerte. Llevo mucho tiempo pensando que la suerte no es más que la consecuencia de aquello que haces. «Tienes mucha suerte porque tienes un trabajo que te gusta», «tienes mucha suerte porque tu familia te apoya», «tienes mucha suerte de estar con una buena persona». Y puede que no me falte razón, pero también hay un montón de aspectos resueltos por el azar, por el destino o por quién sea el cerebrito que escribe los guiones de nuestras vidas, que no podemos dejar de valorar. Porque tenemos mucha suerte.

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