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Con la evidente intención de imponer el laicismo y, al mismo tiempo, una concepción pagana de la sociedad, determinados partidos de izquierda y cargos públicos se empeñan, desde hace unos años, en desnaturalizar el sentido, el contenido y el significado de la Navidad para denominarla fiestas de invierno.

La Navidad no es una fiesta pagana, porque recuerda y conmemora la celebración cristiana del nacimiento de Jesucristo. Esta es la raíz y la lectura correcta de la jornada del 25 de diciembre, basada en la historia de las religiones y también en el sentido común.

Quienes persisten en llevar la contraria y negar la evidencia, no pueden invocar el origen pagano de la Navidad, porque el solsticio de invierno no cae en el 25 de diciembre. Y la Saturnalia, que también se intenta presentar como inicio de la Navidad, nunca se celebró este día.   

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El debate sobre la aconfesionalidad y la laicidad, en una sociedad en la que conviven distintas creencias, no puede hurtar ni suprimir el sentido religioso de la Navidad, porque su etimología -del latín nativitas, nativitatis, ‘nacimiento’, pero no un nacimiento cualquiera, sino el de Jesús- ya incluye una alusión semántica a este hecho.

Gracias a la tradición popular cultural, transmitida por las familias durante generaciones, se ha convertido en la festividad anual en la que celebramos el nacimiento de Jesús y, por extensión, como el tiempo comprendido entre Nochebuena y la festividad de los Reyes Magos. Para los no creyentes son unas fiestas civiles, que desnaturalizan y descontextualizan al llamar fiestas o vacaciones de invierno, fiestas de fin de año, de reencuentro familiar y para el intercambio de regalos.

El mensaje de la Navidad para quienes, tras los días de espera de Adviento, lo celebran con alegría y esperanza porque creen que con Jesús, Dios entró en la humanidad, le dan el nombre de Emmanuel, que significa «Dios con nosotros».