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A muchos de ellos les invade una frustración galopante a medida que se suceden los primeros años desde su ingreso en el mercado laboral y observan como su crecimiento personal, paralelo al progreso profesional, choca con mayúsculas dificultades para acometer la adquisición de un inmueble en propiedad en el que construir su propio hogar.

Es la triste paradoja que rodea a los jóvenes nacidos a partir de finales de los 80, quienes constituyen, posiblemente, la generación mejor formada y la más instruida de la España contemporánea para relanzar al país. Esa preparación esculpida tras horas y horas de sacrificado estudio en grados universitarios o de formación profesional, másteres, postgrados y prácticas no remuneradas se ve saboteada por una triste realidad que pone límites a su calidad de vida.

En la mayoría de los casos se ven abocados a la precariedad salarial con nóminas mínimas, de ninguna manera ajustadas a su capacidad en función de los conocimientos que han adquirido. Como consecuencia de ingresos tan ajustados, muchos jóvenes que rozan o superan la treintena viven al día y sus opciones para acelerar un plan de ahorro que les permita comprar una vivienda son más bien escasas.

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Resulta un ejercicio casi imposible asumir la entrada de una primera operación inmobiliaria aportando el 30 por ciento de su coste global para obtener una hipoteca e ir pagándola en las preceptivas cuotas mensuales que hasta la subida del euribor podían ser incluso, menores al precio de un alquiler.

Compartir piso habiendo dejado muy atrás la etapa estudiantil, o en el mejor de los casos, rentar un inmueble destinando una parte importante de los emolumentos, son por ahora sus únicas alternativas.

Las políticas de vivienda de las diferentes administraciones no resultan efectivas a la vista de los hechos pese a los continuos anuncios de ayudas que ni llegan a todos, ni son suficientes. Su proyecto de vida está incompleto.