Poco o menos ha tardado el presidente de la Generalitat en reiterar la meta de su gobierno empecinado en repetir el proceso que aproxime a Catalunya a la independencia pese al fracaso del anterior. Fue aquel que tuvo su culminación en octubre de 2017 y acabó en el encarcelamiento de la mayoría de sus líderes y la fuga de otros a Bélgica.
En su discurso institucional de Navidad del pasado lunes, Pere Aragonés marcó 2023 como el año en el que debe repetirse una consulta a los catalanes. En este nuevo referéndum, ahora sí, todos deben verse representados, para decidir el futuro de Catalunya, esto es, para votar por la separación de España como pretende Esquerra Republicana y las otras formaciones con las que, sin embargo, son incapaces de pactar una estrategia común ante su falta de crónica de entendimiento.
A pesar del cansino discurso de Aragonés, como lo fueron los de Torra, Puigdemont o el persistente de Junqueras cuando tiene ocasión, cuenta a su favor el presidente catalán con el cambio de escenario facilitado por el gobierno que preside Pedro Sánchez y, especialmente, con la escasa credibilidad que ofrecen las aseveraciones del socialista pretendidamente rotundas. ¿Cómo van a serlo con el pasado que le desvirtúa por tantas proclamas incumplidas?
Si el presidente de la nación se ha vestido de Rajoy tras escuchar a su homónimo catalán, y ha dicho que no permitirá un referéndum porque no lo contempla la Constitución, lo más aconsejable es comenzar a pensar que sí lo habrá aunque le dé otra definición del tipo consulta, encuesta, opinión...
Los ‘indepes’ que insisten en proyectar sus postulados juegan a partir de ahora con la red que han sabido tejer ante un mandatario condescendiente con sus demandas. Obtuvieron de Sánchez la rebaja de la acusación de la fiscalía de rebelión a sedición, después su indulto, y más tarde la despenalización de la sedición y el abaratamiento de la malversación. Hacer otro procés con votación ilegal puede convertirse en una travesura saldada con una simple regañina.
