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China ha pasado de la estrategia ‘covid cero’ a una brusca desescalada debido al hartazgo y las protestas de la población. La información que nos llega, siempre cuestionada por la comunidad internacional por su opacidad, es preocupante, de nuevo el colapso sanitario y el contagio desbocado. El país asiático suprimirá el próximo día 8 las cuarentenas a los viajeros internacionales y a sus ciudadanos –más de 1.400 millones de personas–, les levantará las restricciones para viajar por turismo o por razones familiares. Volverán a tener sus pasaportes y unas tremendas ganas de salir después del encierro y de tres años desde que el coronavirus, en diciembre de 2019, se notificara por primera vez en Wuhan.

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Es un terrorífico déjà vu, rebobinar la película de lo sucedido a comienzos de 2020, cuando incrédulos asistíamos al avance de una enfermedad desconocida y no se tomaron las medidas de control oportunas por un exceso de confianza, por desconocimiento o por una corrección política mal entendida y que pagamos en vidas. Después de ese error, ahora volvemos a sufrir la falta de una reacción rápida y coordinada de la Unión Europea, pero algunos países como Francia, Italia y también España, reactivan los controles a viajeros procedentes de China en los principales aeropuertos.

Hay discrepancias sobre esta medida unilateral y su efectividad, tanto por parte del consejo internacional de aeropuertos como de algunos expertos en salud pública, ahora que ya se ha alcanzado un alto nivel de vacunación. Pekín clama que es discriminatoria, pero ante la falta de transparencia, la OMS da la razón a quienes quieren proteger sus territorios y ciudadanos. Porque no se trata de discriminar a nadie, solo de minimizar riesgos y aprender de lo sucedido, mientras se sigue investigando la aparición de nuevas variantes. Que no se nos amargue el 2023 que acaba de comenzar, más vale prevenir que volver a lamentar.