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El extraño e insólito testamento del enigmático inversor Juan Ignacio Balada Llabrés, que falleció en noviembre de 2009, fue recibido con tanta sorpresa en La Zarzuela como con enorme incredulidad entre sus primas Carmen y Pilar Arregui Llabrés.

Tras una larga deliberación y numerosas consultas de los abogados de la Casa Real, los entonces príncipes de Asturias, junto con los ocho nietos de los hoy reyes eméritos, aceptaron el legado. Una cláusula hizo tumbar la decisión: si los príncipes y los nietos no aceptaban, los bienes de la ‘herencia Balada’ pasarían íntegramente al Estado de Israel.

Así lo ordenaba, en sus últimas voluntades, el hijo de Catalina Llabrés, la primera mujer farmacéutica de Balears; y el apuesto valenciano Ramón Balada Matamoros, que llegó a Ciutadella para vender naranjas y contrajo matrimonio con la ‘senyora Nina, s’apotecària’.

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«¿Y quién es Juan Ignacio Balada Llabrés?», la pregunta que resonó y circuló en La Zarzuela cuando el notario de Ciutadella les comunicó el contenido de aquel inesperado testamento, se iba repitiendo años después.

Don Felipe y doña Letizia renunciaron al 50 por ciento de la herencia -que ascendió a diez millones de euros- y destinaron los recursos a la Fundación Hesperia. Ya reyes de España se interesaron por aquel menorquín a quien le seducía el espiritismo y la cábala; y que gestionaba personalmente sus inversiones en Bolsa a través de Internet. Lo hacía en un ordenador doméstico en la espaciosa mansión que ordenó construir en la plaza Don Juan de Borbón de Ciutadella, desde donde seguía los índices bursátiles internacionales hasta altas horas de la madrugada, emitiendo órdenes de compra y venta.

«Un personaje fascinante, de novela», manifestó don Felipe en una conversación en Palma. Hoy entrará por primera vez en la farmacia de la que tantas veces le han hablado y observará el aljibe situado en el sótano.