TW

Desde que Felipe González perpetrara aquella inmortal maniobra política, pasando del «OTAN, de entrada no» al OTAN de salida por supuesto, faltaría más, los presidentes del Gobierno se han hecho con la fama de mentirosillos, como el propio Felipe; mentirosos pioneros de las fake news (Aznar, sus montañas cercanas y sus armas de destrucción masiva); negacionistas de la crisis económica (Zapatero); Rajoy, y sus jeroglíficos sobre alcaldes que quieran que sean los vecinos el alcalde, y por último Pedro Sánchez, que tuvo la desfachatez de irse a la cama con quien no le iba a dejar dormir…

Resulta curioso que, de todos ellos, el que menos indulgencia haya atesorado sea precisamente aquel que, rectificando, evitó unas terceras elecciones, atenuó el conflicto catalán  y pudo poner en marcha su visión de país, todo lo aventurada y/o equivocada que se quiera, pero que nos ha llevado a unos años de estabilidad política y presupuestaria (tensa y conflictiva, bien es cierto, pero estabilidad, al fin y al cabo), y fertilidad legislativa, sin duda excesiva en el último tramo.

Y es que hay un malentendido de entrada que intoxica todos los intentos por racionalizar el fenómeno de la fobia nacional al presidente Sánchez que es transversal a ideologías, generaciones y partidos políticos; son muchos los que parecen compartir    la convicción de que siendo todos unos mentirosos compulsivos, el «ilegítimo» Sánchez es el peor de todos por  sus «criminales concesiones» a los que quieren romper España, siniestro designio que no parece estar cerca, aunque algunos lo vean todos los días a los pies de la cama cuando despiertan, como el dinosaurio de Monterroso.

Noticias relacionadas

Pocos se han parado a pensar en un matiz determinante: no es lo mismo mentir que rectificar. Recordemos por ejemplo el citado caso de Felipe González y la OTAN: ya conocemos la aversión de la izquierda de aquel tiempo a todo tipo de alianzas militares, más aún si estaban de por medio los «imperialistas» norteamericanos. Pero detengámonos en la plausible reflexión de González, al acceder al poder y apercibirse    de la más que sólida imbricación entre OTAN y la Comunidad Europea, objetivo irrenunciable esta última… ¿Se puede tildar a González de mentiroso    por haber cambiado de opinión, haber rectificado, al ver de cerca los entresijos del poder? Y lo resolvió con astucia, sentido democrático, y arrojo político: convocando un referéndum que ganó.

No supo rectificar su sucesor José María Aznar en el bochornoso asunto de la falsa autoría de ETA en el atentado de Atocha, demencial empeño del entonces presidente, quien perpetró un patético vía crucis por los despachos de los directores de periódicos para intentar convencerles de una responsabilidad etarra que echara tinta de calamar sobre el origen islamista del atentado, ante la inminencia de unas elecciones generales que perdería por goleada, dando entrada al periodo Zapatero. Nunca hubo rectificación, más bien una insufrible campaña de intoxicación por parte de medios afines al aznarismo que no daría resultado alguno.

Tampoco sabría enmendar Zapatero su deriva negacionista de la crisis económica, sus brotes verdes y sus desaceleraciones aceleradas, optando por un sostenella y no enmendalla hasta que se le hizo de noche y la crisis le explotó en las manos. Y Rajoy siempre prefirió los trabalenguas y no meterse en lo que él llamaba «líos», aunque bien podría haberse disculpado por aquellas infames mesas petitorias contra el Estatut y los productos catalanes, que apoyó activamente… El presidente Sánchez efectivamente ha mentido en diversas ocasiones, pero no más ni menos que otros presidentes a lo largo de sus trayectorias políticas. Y ya puestos no estaría de más que rectificara algunas leyes torpemente implementadas, como la Trans o la del solo sí es sí o la malversación, por poner unos ejemplos de desatinos legislativos.

Las palabras no son inocentes y las democracias    frágiles, como se demostró hace un par de años en Norteamérica y ahora mismo en Brasil . Por eso me entran escalofríos cuando escucho negar la legitimidad de un presidente impecablemente democrático, o llamarle felón o aprendiz de dictador, o comparar la reforma del código penal español con el violento asalto de los bolsonaristas, como hizo el otro día la señora Gamarra. No nos    vendría mal un poco de contención. Nos jugamos demasiado, como por ejemplo la posibilidad de que los ciudadanos rectifiquemos errores y mentiras de los gobernantes a través de procesos electorales escrupulosos, como afortunadamente viene sucediendo en España desde hace décadas.