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Se acabó mi reconfortante nomadismo invernal y me vengo a topar de nuevo en suelo patrio con la desasosegante presencia de aquellos que no paran de enredar, de hablar demasiado de lo que quiere el «pueblo» para hacer acto seguido lo que conviene a su privilegiado estatus, de convertir la chorrada en ley y de vaciar los bolsillos del contribuyente para financiar chiringuitos. Me encuentro en definitiva con nuestros amados líderes (y no es metafórico, hay gente que los ama tanto como a hijos: les perdona todo).

Con espíritu desenfadado me permito peritar su labor, partiendo de la premisa de que yo no lo haría mejor (quizás por eso me dedico a otros menesteres, que aunque tampoco pueda decir que los bordo, no los financia usted, amable lector, como sí hace en el caso que nos ocupa).

No quiero remontar mi evaluación a Chindasvinto, quien posiblemente tendría sus días buenos pero a quien no tuve el gusto de tratar. He sufrido presencialmente sin embargo a los últimos amados líderes desde Franco hasta el actual guaperas. Constato que todos ellos han tenido (y tienen) su público, como Julio Iglesias o Chiquilicuatre.

Ante todo he de confesar que a día de hoy es manifiestamente mejorable la opinión que me merece esa casta (estoy abierto a rectificar si el futuro desmiente mis temores, o en caso de que se acabe por abolir la libertad de expresión -cosa que no descarto-, me vea obligado a elegir entre mostrarme afecto, reprimiendo mis desahogos críticos, o ir a prisión).

Intuyo que los políticos vocacionales, con nobles ideales, existen, pero me temo que a estos, sus correosos colegas les ponen las suficientes trabas como para que no franqueen el nivel local, y en caso de que escalen más alto los acaban excretando con idéntico método que utilizan los glóbulos blancos para expulsar del organismo bacterias tocapelotas.

En todo caso yo diría que durante el periodo objeto de examen nos encontramos al menos con algún vocacional (con posterior puerta giratoria que devalúa un pelín su grandeza moral, hasta ponerla en entredicho), con un tonto, un simple, varios listillos, algún capullo de libro y una salsa transversal que impregna todo el potaje y cuyos ingredientes son: el incumplimiento de promesas, la trola pura y dura, la opacidad y el trapicheo.

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A menudo lo que acaba de embarrar el terreno de juego son las acusaciones que se lanzan los unos a los otros, pues, aunque asaz veraces (corrupciones, dedazos, chiringuitismo …), pecan de no tener en cuenta que esos mismos abusos han sido cometidos con anterioridad por el acusador en curso, y que teniendo ocasión para ello (mayorías absolutas han habido) no han hecho las reformas que ahora exigen o prometen. Tampoco ayudan declaraciones hiperbólicas del tipo: «Sánchez quiere destruir España». Nuestro amado Pedro «el fiable» no puede tener como fin en sí mismo destrozar el juguete que aspira a seguir manipulando. Es improbable que el objetivo de nuestro héroe sea romper España fundamentalmente porque España, con toda probabilidad, se la sopla. Otra cosa son los efectos colaterales de su plan de viaje, que me temo no es otro que mantener el cargo. Pienso que antes de cargársela y quedarse por tanto sin un buen empleo, toreará a sus socios tal como torea a sus votantes. Si el morlaco pierde demasiada sangre durante el tercio de varas, eso es otra cosa. Si le deja sin fuerzas habrá Sánchez de buscar otro empleo bien pagado y con lucimiento, y eso es más complicado que ir con tiento.

Desde luego no es obligatorio ser patriota (yo mismo paso de naciones) aunque un primer ministro debería al menos aparentarlo. Sería también deseable que los amados líderes se percatasen de que el «pueblo» (al que tanto citan con arrobo) estaría mejor sin ellos, al menos sin los actuales «ellos» y sin duda sin tantísimos «ellos». Con la mitad, algo más competentes y nobles, nos apañaríamos bien.

Suspendidos pues.

Por lo demás, que Dios los bendiga.

Y una recomendación para quienes piensen que no me falta razón en mis reproches: no acudan a sus mítines a jalear sus ocurrencias, no justifiquen sus abusos. No les voten.

He dicho.