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Miro con preocupación el enfrentamiento bélico entre Ucrania y Rusia. Salvadas sean todas las distancias se me hace presente aquella tensión bélica entre EEUU y Rusia de aquel episodio que ha pasado a la historia como «aquellos días de octubre». Kennedy por un lado de la cuerda y por el otro Jruschov, la tensaron tanto que fue un milagro y no pequeño que no acabara rompiéndose. A finales de octubre de 1962 se dio un momento de tensión terrible. Por eso aquel drama no se circunscribía solo a los misiles soviéticos instalados en la isla de Cuba.

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La «astracanada» entre el capitán de un submarino ruso, un barco y un avión americanos crearon una situación extrema solo comprensible por el nerviosismo prebélico que se había creado. El piloto del avión localizó el submarino y el barco, y lanzó unas bengalas para tener luz y fotografiar a ambos. El capitán soviético del submarino pensó que estaba siendo atacado y tomó una decisión drástica así sin más: lanzar un torpedo, pero no era un torpedo cualquiera; el que iba a lanzar aquel submarino llevaba una cabeza nuclear tan sumamente potente que podía arrasarlo todo en un kilómetro a la redonda. In extremis, un oficial del submarino consiguió anular el lanzamiento: se dio cuenta que desde el barco estaban emitiendo señales de disculpa por las bengalas del avión que de ninguna manera eran disparos. Esas dos personas salvaron al mundo de lo que llevaba todas las papeletas para convertirse en el inicio de un espantoso conflicto bélico. Eso sucedió en el mar de los Sargazos en la madrugada del día 26 de octubre de 1962. Dos hombres, el americano Gary Slaugther y el soviético Valentin Savitsky estuvieron muy cerca de ser los causantes de un tercer conflicto mundial y para el caso con armamento de destrucción masiva, léase nuclear.

Ahora hay mucho más armamento nuclear que nunca y mucho de ese poder de destrucción masiva está en manos de gente que el temor les produce vértigo, se mueven por impulsos, gente soberbia y con exceso de poder. No siempre es razonado ni razonable. Basta una información precipitada, el miedo a su propio grupo de cortesanos y correveidiles para que un Slaugther o un Savitsky aprieten un botón. No se trata de que nos flagelemos a nosotros mismos con temores infundados porque la pura verdad por si sola es evidente, la guerra ucranio-rusa por un lado y el hecho de crear bombas atómicas por otro, han metido el miedo en el cuerpo a un mundo asustado, sobrecogido, barruntando siempre lo peor. Fíjense lo poco que les cuesta a los políticos poner el planeta a los pies de los caballos cuando en 1962 se instalaron misiles soviéticos en Cuba. El miedo no acaba ahí  porque es lícito pensar que antes tuvo que haber buques por el Atlántico con cargamento nuclear. En aquellos días dicen quienes lo saben que América preparó más de medio centenar de bombarderos B-52 equipados con armamento de destrucción masiva, léase armamento nuclear, preparados para soltar su carga nada más recibir una orden. Eso nos aclara que para prender una carga de leña basta con arrimar una diminuta cerilla encendida. Lo de Ucrania y Rusia está durando demasiado sobre todo cuando además se ha ido consintiendo que demasiados países tengan material nuclear y lo que es peor, no solo nuclear porque no hay que dejar de lado el terrible potencial bacteriológico o químico que pueden ser armas de destrucción masiva más letales. En definitiva tenemos sobrados motivos para la preocupación y encima como si fuéramos niños pequeños, estamos jugando con fuego. Hemos entrado en una vorágine donde puede pasar cualquier cosa. Da escalofríos ver por dónde están practicando el funambulismo gente con parkinson.