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12-II-23,    jueves

Magos aparte, nunca había visto de cerca a unos reyes. Estamos a media mañana en la rampa de acceso al hospital    de la Illa del Rei esperando a sus majestades, bajo un sol intermitente, y un fresco invernal cuando se esconde. Llega el catamarán que nos trae a los Reyes de España y la expectación es sosegada, alegre. Allí estamos los voluntarios, los invitados y las autoridades. Llegan los Reyes y nos saludan con simpatía profesional que no parece impostada, como en cualquier otra visita que hayamos visto por la tele. Luego, mientras un exultante Luis Alejandre acompaña a sus majestades a una visita guiada, los voluntarios nos vamos a nuestros puestos, nosotros, el equipo de oftalmología, a nuestra sala a esperar a los Reyes.

El horario se cumple religiosamente y a la hora prefijada, Felipe y Letizia entran en nuestra sala-homenaje a la bella especialidad que se ocupa de los ojos de los humanos. Entonces compruebo lo cercana y natural que se muestra la Reina, pese a su apariencia hierática, y su interés por lo que se le explica. Hablo un rato a solas con ella de algunas enfermedades oculares y me corrige amablemente cuando le digo que mi mujer es también oftalmólogo. «Oftalmóloga» me susurra, acorde con los tiempos. Tiene razón. El Rey, mientras tanto, sonríe apaciblemente.

Me quedo a solas con mis pensamientos pese a la concurrencia. Y es que, aunque en mis más de veinte años de directivo en el Ateneo    he tenido ocasión de conocer a personajes de relumbrón, tengo que reconocer que unos monarcas imponen, aunque uno no sea monárquico y no esté de acuerdo con alguna postura real, porque una cosa es no ser monárquico y otra    ser «anti». Siempre he pensado que la monarquía parlamentaria fue una buena salida para la endiablada situación política a la muerte de Franco, quizás la única posible. Y me despido de los Reyes, lamentando en la intimidad la tóxica herencia del abuelo zascandil, y con el deseo sincero de que consigan dejarla atrás. Su exquisita profesionalidad lo merece. Realmente sudan la camiseta.

Y hablando de merecimientos, sigo echando de menos un homenaje institucional al alma mater de la restauración del Hospital de la Illa del Rei Luis Alejandre, que sigue al pie del cañón, inasequible al desaliento. Lo que se ha hecho y se sigue haciendo en la Illa es algo asombroso, único, porque es obra de una sociedad civil que ha dado muestras de una vitalidad exuberante gracias, fundamentalmente a la capacidad de liderazgo de Luis, que ha sabido integrar    a personas de    toda condición y formas de pensar en un proyecto cultural que repercute positivamente en el devenir social y económico de Menorca.

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