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Cuando se te llena demasiado lo más probable es que no puedas digerir lo que te estas comiendo, te atragantes o acabes arrojándolo. Los dos primeros serían tu problema por falta de mesura y el ultimo sería un efecto compartido, compartido entre quienes tienes más cerca. Pero cuando esos mal mascados alimentos se transforman en palabras, frases de penoso calibre y se acompañan de gesticulaciones fuera de lugar, las salpicaduras del vomitado pringan a tanto justos como a pecadores.

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Y créanme que es una lástima tener que ser testigo casi a diario de esa grotesca gimnasia encaminada a intentar minar la personalidad del otro y es mucho más penoso comprobar que quienes tienen la sartén por el mango o eso les han dicho, tengan que ser quienes más se saltan las normas de convivencia. Mi nieta de ocho años se quejaba hace unos días de que en Mallorca y Eivissa nevara y aquí no, añadiendo que eso era una injusticia. No sé ustedes pero yo me apunto a los niveles injustos valorados por la infancia simplemente porque son sinceros, sanos y limpios de toda maldad. Y a mi amiga Maruja decirle que siga confiando en Cristóbal y sus gestos, que así como «una flor no fa estiu» tampoco unas varillas rotas de un paraguas es un atentado a la seguridad impermeable y el que yo me haya mojado un día, no tiene porque repetirse o eso espero.