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En 1999, Espido Freire obtenía el ‘Planeta’ con «Melocotones helados», una novela que arrancaba así: «Existen muchos modos de matar a una persona y escapar sin culpa» Parafraseándolo podría decirse que «existen (también) muchos modos de señalar y marginar a una persona y escapar sin culpa». Estos modos son explícitos (se pintan eslóganes o símbolos en establecimientos de ciudadanos no adictos al régimen de turno, por ejemplo) o bien subliminales. Así, un conocido que vive en Cataluña te comentó este verano que, desde que se manifestó públicamente como contrario al independentismo, viejos amigos le retiraron el saludo o como a su ferretería dejaron de acudir clientes habituales… Los más temerarios, incluso,    no dudaron en tildarle de fascista, probablemente sin tener ni pajolera idea de lo que fue -o desgraciadamente es- el Fascismo y sin percatarse de que, con su actitud,    eran ellos los fascistas… Con demasiada frecuencia el poder impone, mediante los arrolladores medios que obran en su mano, y mediante una eficaz ingeniería social, su credo, que el pueblo acaba por aceptar -primero- e interiorizar -después-. La metáfora que Thomas Harris pone en boca de Clarice al describir una pesadilla suya, recurrente, y que aparece, radiante, en su novela «El silencio de los corderos» (traducida en Hispanoamérica con el más elocuente título de El silencio de los inocentes») es, en este sentido, reveladora. En su sueño, cuando la Clarice niña quiere liberar a unos corderos para evitar su sacrificio y abre la verja que les separa de la salvación, contempla, asombrada, como los animalillos, «aborregados», no se mueven, permaneciendo quietos en su encierro... No basta, pues, con la libertad o con una libertad descafeinada. Hay que dar al individuo los medios necesarios para que pueda ejercerla con criterio propio y sin presiones de ningún tipo…

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2 Durante el Franquismo, quien no era fiel a las consignas (divulgadas mediante la prensa, el No-Do, algunas asignaturas, la radio y la incipiente televisión) era despectivamente calificado de «rojo». En el día de hoy, y salvando naturalmente las distancias, quien no comulga con lo que se ha establecido como «políticamente correcto» se muda, inmediatamente, en un «facha»… Existen, actualmente, sí, multitud de estados de opinión represores y asfixiantes que condicionan el libre ejercicio -y perdonen la reiteración- de la libertad. Se dan, por ello, personas que no osan decir según qué, discrepar de lo establecido o defender sus principios por temor a ser enviadas a un exilio que, no por invisible, se muda en irreal. Defender la vida -es un caso paradigmático- en cualquiera de sus estadios supone, en el presente, y de manera casi automática, ser tildado de derechista. Cuando esa defensa tendría que ser común a ambos lados de la cancha política, porque si por algo se ha caracterizado siempre la izquierda ha sido, precisamente, por la defensa del débil frente al fuerte. Lo apuntó Delibes en Aborto y progresismo, artículo incluido en su libro Pegar la Hebra (Destino, 1990). En él, el vallisoletano concluía: «Las partidarias del aborto piden en todo el mundo libertad para su cuerpo. Eso está muy bien y es de razón siempre que en su uso no haya perjuicio de tercero (…) No se pensó que la vida del feto estaba más desprotegida que la del obrero, quizá porque el embrión carecía de voz y políticamente resultaba irrelevante (…) la náusea se produce igualmente ante una guerra, una explosión atómica, una cámara de gas o un quirófano esterilizado».     

Tal vez sea/es preciso escapar de esos totalitarismos con los que fascistas de un color u otro nos quieren, de manera más o menos explícita, reprimir y moldear. Apostemos, como antídoto, por la lectura, más que por el mundo digital; por la verdad, más que por la falacia; por el arte, la música, la educación objetiva    y todo aquello que nos dé entidad propia; por lo que nos induzca a pensar y a sentir por nosotros mismos... Y a defenderlo sin complejos, desde el profundo respeto y querencia por quienes estén, incluso, en nuestras antípodas...