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Esta semana me he rebelado. Me he puesto en modo cabezota y me he negado a pasar por el tubo. He encabezado una revolución contra el maldito algoritmo de Instagram que decide qué me interesa ver, en función de los datos que ha recopilado sobre mí (contigo también lo hace). Hasta cuatro días estuvo insistiendo la inteligencia artificial en que viera una publicación colocándomela como primera opción cada vez que abría la aplicación. Me negué, por mucho que ella dijera que sí, yo no quería verla y, por más que insistió cansinamente, logré ganar una pequeña batalla que está muy lejos de la guerra.

Supongo que ya lo sabes, pero todo lo que haces con tu teléfono, tablet u ordenador, deja un rastro de información sobre ti que se guarda y que le permite a Internet y a todos los monstruos malvados que la habitan formar un perfil de ti para avanzarse a tus gustos, a tus intereses y, sobre todo, a tus necesidades. Esto último, por ejemplo, hace que te aparezca un anuncio de zapatillas cuando se te rompen, o para que te aparezca una oferta de viajes cuando necesitas escapar.

Imagino que te habrá pasado que estás hablando sobre algo y que, al coger el teléfono, de golpe te aparece un anuncio sobre aquello. No, no es brujería, es porque la mayoría de nosotros llevamos el micro del teléfono abierto permitiéndole inconscientemente que grabe y guarde toda la información que le proporcionemos para luego usarla con nosotros. Ya, a mí también me da miedo, pero es lo que hemos permitido y, ya te aviso, no es más que el principio.

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De tanto en tanto me encabrono con estas cosas, con el imparable avance de la inteligencia artificial y sus defensores que aseguran que es o será mejor que nosotros, hará mejor nuestro trabajo. No creo que una máquina sea capaz de transmitir lo que yo quiero y por eso, lucho contra el sistema, como te comentaba al principio.

En Instagram me apareció una publicación de un medio de comunicación que advertía, antes de mostrar el vídeo, que las siguientes imágenes podían herir sensibilidades. Mostraba la enésima y triste paliza que le propinan unos agentes en Estados Unidos a un afroamericano que acaba en muerte. Avisaban con más morbo que otra cosa que lo que iban a mostrar me podía impactar, intentando avivar el morboso que todos llevamos dentro. Y me negué. Decidí que no quería verla así que la ignoré.

El algoritmo, en lugar de entender el mensaje, se empeñó los siguientes días en intentar que lo viera, recibiendo la misma respuesta. No quise. Al quinto día, desistió y gané.

No dejes que decidan por ti lo que tienes o no tienes que ver, ni tampoco lo que te gusta. Solo te pido que seas consciente. Aunque puede que el algoritmo de Internet se enfade conmigo y haga que este artículo nunca llegue a «Es Diari».