TW

La revista «Investigación y ciencia» publicó en enero su último número. El 556 de una publicación que nació en 1976, en los años en que se preparaba la transición a una sociedad mejor. Su misión era la divulgación de la investigación científica, poner el conocimiento al alcance de quien quisiera, «democratizar» la ciencia para que no fuera solo el territorio de los especialistas. Su desaparición puede ser un síntoma de otro cambio trascendental que vive la sociedad hoy: la pérdida del interés por el conocimiento y la información de calidad, a cambio de otros productos de consumo rápido. La cantidad abruma y la calidad se desprecia. Y eso hace a los ciudadanos más manipulables y a los líderes, más inmunes a los efectos de la denuncia social, a las consecuencias del escándalo y de la corrupción. En definitiva, el populismo se beneficia del desconocimiento y la simplificación. La victoria del relato sobre los datos y la verdad. Y para eso, cada vez disponen de medios más eficaces y de ciudadanos más pasivos.

Noticias relacionadas

«Investigación y ciencia» decidió hace un año prescindir de la publicación en papel para reducir los malditos costes y optó por una edición solo digital a la que trasladó a sus suscriptores. El cambio no ha servido para prolongar su existencia. Quizás los lectores de esta publicación de divulgación científica no han dado el mismo valor a los mismos contenidos presentados en letra impresa o leídos en una pantalla. Hace tiempo que sabemos que el formato es el producto. Aunque la cuestión importante es si los nuevos hábitos de consumo de información y conocimiento implican una pérdida de calidad en lo que los ciudadanos reciben, en lo que forma su cultura y en lo que basan su toma de decisiones de todo tipo.

La democracia cotiza a la baja. No basta con reivindicar el pan y el circo, sino que debería despertar más interés entre los ciudadanos, no solo lo que llena el estómago y el corazón, sino el órgano que sobrevive bajo el cráneo. Y si no, a cantar todos juntos la canción de Alaska.