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Todos queremos conocer el futuro pero, como no puede ser, nos conformamos con intentar adivinarlo. Aquellos que se dedican a las predicciones pueden ser meteorólogos, lectores de cartas, adivinos, científicos, padres o madres (ves, ya te lo dije), políticos, filósofos o cualquiera que no se conforme con el ahí me las den todas o se dedique a verlas venir.

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Suele ser útil hacer proyecciones. Continuar una línea recta hasta el punto de fuga nos indica dónde podemos llegar. El tempus fugit y el espacio también. Se hacen proyecciones sobre la población mundial o el calentamiento global, una cosa nos lleva a la otra aunque fueron pocos los que, al ver el primer coche, se imaginaron carreteras, calles asfaltadas, la crisis del petróleo, la contaminación y el número de víctimas en accidentes de tráfico. Cada invento cambia el mundo. Por eso, vemos cómo todo se transforma ante nuestras narices y nos sentimos desconcertados. En parte porque no pensamos ni hacemos proyecciones sobre hacia dónde nos llevan los datos que tenemos delante. Tome un dato y proyéctelo para ver qué pasa. ¿Seguirá su vida y costumbres como hasta ahora? Por ejemplo, con la proliferación de la IA (inteligencia artificial), la biomedicina o la guerra en Ucrania.

El cálculo inteligente nos lleva a una visión probable del mañana. Si solo nos fijamos en el aquí y ahora, sin procurar adelantarnos a los nuevos retos o amenazas, acabaremos yendo para atrás.