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Mandar tanques leopard, cañones, aviones, armamento ligero, entrenar tropas para el combate, todo eso, no nos sitúa como amigos de Rusia, por el contrario, nos deja dándoles la espalda. Tengo prisa en decir, que a mí me parece que muy bien lo que España está haciendo por Ucrania, pero no por eso, me cubro los ojos o me tapo los oídos de cuál ha de ser la situación real del conflicto de Rusia y Ucrania respecto de otros países, en mi  caso sobre todo de España.

En todo conflicto bélico, siempre estuvo claro y se tuvo a gala aquella máxima de pensar y decir que el que no está conmigo está contra mí, y que por eso no me asiste el beneficio de la duda, ya tenemos claro que no apoyamos a Rusia en armamento, ni entrenamos a sus voluntarios. Lo dicho, no le mandamos leopard, ni cañones, ni aviones. Aquí cabe decir, que el que menos sepa de la guerra Rusia-Ucrania, no puede alegar ignorancia de que estamos al lado de Ucrania, pero a lo mejor ignora que lo estamos con todas las consecuencias, no vaya a ser que «por no estar acostumbrado a bragas, las costuras nos hagan llagas». Con esto quiero decir, que los resultados de la situación no debe causarnos ningún asombro: esta guerra la ganaremos o la perderemos, en puridad solo puede suceder una de las dos cosas, por eso estimo que no es poco la cosa que nos jugamos.

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Pero, fíjense cuál sorprendentes somos los seres humanos. EEUU aguantó primero la agresión a sangre y fuego de Pearl Harbor, lo que  le llevó a meterse de cabeza en la segunda guerra mundial, que por su parte finiquitaron con dos bombas atómicas, una en Hiroshima y otra en Nagasaki, algo que bajo ningún concepto se puede repetir. No obstante, no perder de vista la tozudez del género humano.  Me viene a la mente la historia del subteniente de inteligencia japonés Hiro Onoda, el 26 de diciembre de 1944, Onoda, fue enviado a la isla de Lubans. Se pasó 30 años escondido en aquellos montes de feraz foresta, creyendo que la guerra no había terminado. Al mandarlo allí, sus oficiales superiores le dijeron que jamás debía rendirse, y vive dios que lo cumplió  a rajatabla.

Me tiemblan las carnes de pensar lo que pueden ser 30 años escondido en unas montañas, sin medicamentos, sin alimentos, comiendo lo que no comería un cristiano, sin ninguna noticia del exterior, en román paladino, un superviviente increíble, pero tan cierto como que nos tenemos que morir cualquier día. Un hecho que supera la novela que en 1719 escribió Daniel Defoe, titulada Robinson Crusoe, inspirada en la aventura del británico Alexander Selkirk. A pesar de lo abrupto de estas situaciones, la vida se reencuentra por donde solía. Fíjense que después de lo de Pearl Harbor, la segunda guerra mundial, la terrible situación de las dos bombas sobre población civil, que llenaron de víctimas y destrozos dos ciudades japonesas y aterrorizaron al mundo, parecía lógico que esos dos países no se dirigieran ni la palabra ni la mirada para los restos, pues sepan ustedes que curiosamente, mantienen relaciones muy activas, políticas, económicas y militares. Japón es el país hoy más pro americano del mundo. Por ello, lo que decíamos al principio, que este artículo hay que tomarlo  como deben de tomarse estos asuntos de la paz y la guerra, porque una guerra, si nos fijamos en las muchas en que el ser humano estúpidamente se ha metido, no es ni el fin ni el principio de nada. Un día ya dije en estas mismas páginas de «Es Diari», que nacemos con una quijada de asno bajo el brazo, siempre dispuestos a liarnos a mamporro limpio, y además, que incongruencia cuando se decía y aún se dice que «la letra con sangre entra», pues más sangre que en una guerra  no puede ser, ni toda la sangre estúpidamente derramada ha conseguido que aprendamos en no creer en esa mentira de lo que dicen los mandamases que sobreviven a la guerra, cuando exclaman a voz en grito ¡nunca más!, ¡nunca más!, ¡nunca más!, pandilla de desmemoriados cuando lo que no faltaría a la verdad sería decir: ¡Bueno, hasta la próxima!, porque el mundo no sabemos vivir sin matarnos mutuamente.

Lo de Rusia y Ucrania nos está llevando a una situación delicada, por no querer decir yo peligrosa. Dios quiera que echemos mano del sentido común que aún no tenemos contaminado por una situación no buscada, que no nos está dejando ser neutrales en toda la pureza y extensión de lo que esa palabra significa. Las consecuencias difícilmente van a ser gratuitas.