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La presidenta de la Comisión de Control    del Parlamento europeo inquirió  el otro día a la ministra Calviño por qué rebaja el delito de malversación. Es la misma pregunta que le habrían hecho millones de españoles, ¿cómo fiarse del manejo de los millones que llegan de los fondos europeos a un país donde dedicar el presupuesto público a menesteres particulares o solemnes chirigotas es aceptado y hasta aplaudido?   

La rebaja del delito concreto que preocupa en la Unión Europea es una mera razón de supervivencia del Gobierno Sánchez, capaz de retorcer los principios de honestidad que hasta ahora nos habían unido a todos. Pero es también sonsecuencia de la normalización de las prácticas corruptas en el mundo de hoy.

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Nos parece corriente que las grandes competiciones de fútbol se jueguen ahora en los países que monopolizan el mercado del petróleo porque pagan para ello, aunque el Geri y el Rubi hagan trampas y se lleven comisiones. Ahí siguen tan frescos. Todavía.

Ahora se ha descubierto que el Barça de Messi era realmente el Spotify de Negreira, pero nadie se escandaliza, todo lo más alguien se preocupa por si conllevara el cambio de la competición y eso de la rivalidad. El opio del pueblo es hoy el mundo de la pelota con sus profundas vertientes de negocio, prensa rosa, insultos racistas y, en último término, algo de fútbol.

En casa tampoco estamos libres de pecado, la corrupción también habita entre nos, si nos atenemos al informe razonado de la Oficina Anticorrupción. El principal afectado ya ha dicho que es un tema menor, pagar al margen de contrato en lo que tiene toda la pinta de un fraccionamiento tan al uso y tan feo no pasa, según dice, de deficiencia de carácter administrativo. Pero hay más que indicios de una oscura opacidad bajo la cual, con la legalidad en entredicho, se ha tejido una tupida red clientelar.