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Turistear con pulserita es como hacer malabares con armas de destrucción masiva. Puede acabar mal o puede acabar realmente muy mal. Llevo 5 días alojado en un hotel que, menos la dignidad, lo tiene todo incluido, en un acantilado al sur de la isla de Gran Canaria, apuntando directo al Atlántico con rumbo a Centroamérica, y a más de 100 metros del mar. Las vistas son la repera, cierto, pero donde esté mi Mediterráneo… Es verdad que salir al balcón al atardecer y tener, a mano derecha, el imponente Teide que lo custodia todo desde la isla vecina de Tenerife es una pasada, pero El Toro no mide tanto, pero tiene también su encanto.

Estoy saturado de comida, de bebida y de actividades. Tras la salvajada de la semana pasada, la carrera de 128KM y de 7.000 metros positivos, que por cierto logré acabar tirando más de orgullo que de piernas, me he regalado una semanita de resort con todo pensado y programado para que no tengas ni que pensar ni que programar. Puedes comer y beber a la hora que te dé la gana, con turnos para los perezosos y otros turnos para los perezosos que son muy perezosos. Solo tienes que acercarte a la barra y pedir, o dejarte llevar por la simpatía canaria que, sin lugar a duda, me parece lo mejor en una isla maravillosa.   

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Es mi primera vez en Canarias y, tras 37 años machacándome de que son el paraíso, no queda más que asumirlo, son un lugar fantástico para visitar. Gran Canaria, al menos, que es por donde me he movido los últimos 10 días y en donde me han tratado de lujo, con pulserita y sin ella. Este pedazo de roca perdida en el Atlántico (solo cuando la visitas eres realmente consciente de lo lejos que está) me ha enamorado en todos los sentidos, tiene unos paisajes espectaculares, una oferta increíble y su gente es pura alegría, amabilidad y de lo más servicial.  Lo de la pulserita ya es otro rollo. Te dejas llevar por las sensaciones. Comes cuando tienes hambre -y cuando no, también-, bebes cuando tienes sed -y cuando no, también- y haces el ridículo en el Aquagym cuando te apetece -y cuando no, también-. Eres uno más del rebaño que baila torpemente al ritmo de los animadores intentando quemar los excesos, sin perder demasiada dignidad. Y no va tan mal, al final un mojito lo cura todo.   

Pero a Canarias la miro, sobre todo, con envidia. Es verdad que no es oro todo lo que brilla, y que hay zonas en las que se han dejado hacer catástrofes urbanísticas (como el hotel en el que estoy), pero sí que han apostado por fomentar un turismo todo el año. Y qué curioso, están más cerca de África que de España y tienen una conectividad aérea que ya me gustaría para Menorca.

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