TW

Ring, ring... 

- Sí, dígamelo.       
                                                 
- Buenos días, ¿es el domicilio del señor Tamames? ¿Se podría poner?

- Sí y no. Le comento, señor. Sí que es la residencia del señor Tamames. No, no se puede poner porque no está. Le paso por ‘uasap’ la dirección del balneario ahorita mismo. ¿Usted también quiere ser ministro?

- No, ni por asomo, soy un antiguo conocido suyo y quería saludarle.

- Muy bien, muy bien. Es que llevo unos días… yo solo soy la doméstica y todo el mundo llama para  ser ministro. ¿Por qué será? Nada, le paso el número.

Ring, ring…

- Buenos días, ¿es el balneario La eterna juventud?

- Sí, soy el gerente, pero lo tenemos todo ocupado hasta el 2030.

- No, no es para contratar sus servicios, únicamente quiero hablar con el señor Ramón Tamames. ¿Se puede poner?

- Sí, claro. Allí lo veo, jugando a la brisca con la Preysler, el Xavier Trias y el Presley.

- ¿Cómo, el Presley?

- Sí, el gran Elvis Presley. No me diga que usted también se creyó lo de la defunción. ¡Qué va! Aquí lo tenemos, vivito y culeando.

- Será coleando.

- No, culeando. El que tuvo, retuvo. No vea qué pelvis, no diría que lleve prótesis. Nada, vamos a buscar «al señor Ramón, que engaña las criadas, al señor Ramón que engaña al Abascal…» es lo que se canta por aquí.

Al cabo de media hora y después de contratar un plus a Symio…

- Buenos días, ¿qué se le ofrece caballero?

- Bueno, soy Portella. No sé si se acuerda de mí. Nos conocimos cuando vino a Ciutadella en un mitin del Partido Comunista hace cincuenta años. Qué ilusión me hizo escucharle! Yo ya había leído todos sus libros clandestinos, me firmó uno -que dejé a Ramon Carreras y si te he visto no me acuerdo-. Luego nos volvimos a ver en la facultad de Filosofía y Letras, en Palma, cuando vino por lo de la «OTAN No. Bases fuera».

- ¿Otan No, bases fuera? Éramos muy inocentes entonces, ¿no cree, Portella? Recuerdo que había fundado el Partido Humanista y volvimos al redil. Pero, por favor, ¿dígame qué se le ofrece?

- En realidad es que usted me preocupa. ¿Cómo podría convencerle para que reconsiderase la decisión de presentarse a presidente del Gobierno?

- De ninguna manera, estoy completamente decidido. ¿No lo habrá mandado el Vargas Llosa?

- No tengo el gusto, señor. ¿Por qué?

- Porque todo es culpa suya. Estábamos en plena partida de mus con él, su señora y Karina. A mí se me ocurrió decir… si fuese presidente del Gobierno, y él me envidó ¡Gallego!, me espetó. Así que, aquí estamos.

- Pero no es usted muy mayor, ya son casi noventa años.

- Amigo Portella, qué equivocado anda usted. La edad no son los años que uno tiene, sino los que los otros creen que tiene. Además, seguramente usted piensa ir a un concierto de Bob Dylan este verano en España. Somos de la misma quinta, ¿a que no opina lo mismo? ¿Y qué me dice de Jane Fonda? Ahí tiene usted al papa Francisco con 86. Ahí tiene al Biden a la cabeza del imperio con 80 años y presentándose a un segundo mandato. Ahí tiene a Berlusconi, con 86. Ahí tiene al presidente de Túnez con 91. O Raúl Castro, 86. Otro, Ernest Maragall, 80 y presentándose a alcalde de Barcelona, por no hablar de Clint Isvut o de los Rolin Estones. Nada, no me va a convencer. Además, ¿no cree que es muy reaccionaria su preocupación?

- Bueno, visto así… ya me hace usted dudar. Por si acaso, ¿no tendría algo para mí? Un ministerio, una dirección general…

- ¿Cuántos años tiene, Portella?

- Yo, sesenta y siete.

- ¿Sesenta y siete! Es usted un pipiolo. Con 67 aún no sabe nada de la vida mía. Demasiado joven. Además, ya tengo colocados a dos de Menorca. Mire, al Juan Huguet lo haré director general de memoria histórica y al general Alejandre le ha correspondido la dirección general de carreteras, rotondas y puentes del estado. Así que lo siento. Bueno, ahora que caigo ¿es usted una persona diplomática?

- En absoluto, lo siento.

- Es igual, tengo vacante la embajada en Moscú. Nadie se ofrece y a nadie convenzo ¿Por qué será?